Ante un conflicto, de la índole que sea, la manera de ayudar a su resolución requiere de una serie de pautas, de procesos que hay que tener claros. 

En primer lugar se impone la fase inicial, que es la del análisis. 

Es fundamental comprender qué tenemos delante. Comprender que hay —supongamos— dos partes enfrentadas y que cada una defiende, desde su punto de vista, su razón. Tratar de abordar un conflicto dando por sentado que una parte tiene razón y la otra “se equivoca” no nos permitirá aportar nada en la posible resolución, y muy probablemente lo que consigamos sea agravar el problema que pretendíamos intentar solventar. 

Es de vital importancia entender cuáles son los intereses de cada parte, cuáles son sus razones, y despejar del relato lo que se dice sin ser cierto para justificar las verdaderas razones de fondo. Sin juzgar, sin tratar de adjetivar ni sentenciar. 

Recabar información directa de ambas partes, por separado, intentando llegar a ser lo más exhaustivo posible es indispensable para poder comprender mejor el panorama general. Y sin olvidar que encontraremos razones de peso en ambas posturas. 

Ante el conflicto que estamos presenciando, tenemos que reconocer que no disponemos de información veraz, ni exenta de interés. En Occidente recibimos la información de parte, puesto que nuestro territorio forma parte de uno de los bloques que, evidentemente, pretende justificar sus acciones y demonizar las del “otro”, que es Rusia. No estaría de más partir de la base de que ni el bloque de la OTAN, la UE y EEUU a la cabeza es tan limpio, ni tan honesto, ni tan salvador de la democracia, ni los rusos son tan absolutamente desalmados, irracionales y sanguinarios como nos quieren hacer creer los principales medios de comunicación y dirigentes políticos. 

Por otra parte, evidentemente, tampoco carece de responsabilidad Rusia, y no podemos caer en comprar su relato, que pretende justificar la entrada en Ucrania y la acción militar como respuesta a las provocaciones de la OTAN, la UE y EEUU al frente. 

Es prácticamente imposible conocer en profundidad las dos partes y sus argumentos, porque en la propia información disponible ya encontramos filtros, sesgos e intereses. Y precisamente por ello, deberíamos administrarla con prudencia. Toda. 

Está claro que aquí, en Occidente, la mayoría de los medios de comunicación mantienen un único discurso. Es el que recibimos continuamente. Sería recomendable asomarse a consultar la prensa rusa, no para buscar “la verdad”, sino para buscar al menos un “equilibrio” para escuchar lo que se dice desde el otro lado. 

Si observamos el clima generado, podremos evaluar los distintos mensajes que se presentan: los relacionales, que apuntan a los reproches entre los bloques implicados en el conflicto; los mensajes intencionales, que expresan los deseos de una parte (Ucrania quiere entrar en la UE, quiere instalar una base de la OTAN, mientras Rusia se niega a esto último y quiere que Ucrania deje de asediar a la población independentista de la zona del Donbás, por ejemplo); están los mensajes de principios, donde se apela a lo que debería ser a raíz de acuerdos, de justicia, de normas; y están los mensajes objetivos, fundamentados en hechos acontecidos. 

Algunos están mintiendo deliberadamente, mostrando imágenes que no son de lo que dicen ser, y se está demostrando a través de las redes sociales. Esos medios, como las noticias de Antena 3, no rectifican porque les da igual. Se trata de generar opinión pública, no información

Es muy frecuente que un problema de origen relacional se camufle en mensajes intencionales; o problemas de principios que en realidad descansan en cuestiones objetivas, y viceversa. Confundir la naturaleza de los mensajes es el primer problema que tenemos que abordar, y precisamente las vías de comunicación de las que nos nutrimos, lejos de tratar de aclarar estos conceptos, los mezclan y nos confunden, porque muchos medios han dejado de informar para hacer propaganda de un relato específico. Y esto, permítame que lo recuerde, no es informar, sino generar opinión. 

Me temo que ante el conflicto en Ucrania, el conflicto entre Rusia y la OTAN, que afecta a la UE, no podremos avanzar mientras la guerra sea de relato, de confundir hechos con intenciones, deseos con imposiciones. Y esto nos afecta a todos los que queremos tratar de entender para poder hacernos una idea de lo que está pasando. 

¿Nos están engañando los medios de comunicación? Sí. Algunos están mintiendo deliberadamente, mostrando imágenes que no son de lo que dicen ser, y se está demostrando a través de las redes sociales. Esos medios, como las noticias de Antena 3, no rectifican porque les da igual. Se trata de generar opinión pública, no información. Y mientras tanto, los que consumen sus noticias, sin darse cuenta, caen de cabeza en un relato que tragan sin masticar. No es nada nuevo. Se pretende justificar por todos los medios la postura del bloque en el que nos ha tocado vivir y demonizar a los otros, porque son el “enemigo”. La guerra lo justifica todo, y de hecho la guerra se fundamenta, precisamente, en que buena parte de la población la considere necesaria. 

Precisamente, si la mayoría de la gente estuviera más y mejor informada, sería mucho más crítica y tendría herramientas para poder comprender de dónde viene este conflicto y hacia donde podría ir. 

Nos falta información sobre el conflicto en la región del este de ucrania durante los últimos años. La mayoría de la población desconoce que la guerra allí lleva activa varios años, donde se ha masacrado a buena parte de la población y se les ha estado bombardeando sistemáticamente por decisión del gobierno ucraniano.

Nos falta información para comprender cómo funciona la OTAN, cuál es su razón de ser y poder analizar si tiene sentido que haya seguido funcionando después de la caída de la URRSS. 

Nos falta también criterio para comprender el papel de Estados Unidos en la construcción europea y el papel que juega este club en las relaciones de la administración norteamericana en el mundo. 

Estamos, como ciudadanía occidental, en términos generales, desprovistos de detalles, de información que nos permita poder trazar un eje cronológico que explique lo que ahora parece estallar de pronto. Porque para mucha gente lo que está sucediendo estos días en Ucrania parece haber estallado por sorpresa. 

Evidentemente cada uno tendrá su opinión, que vendrá marcada por la información de la que disponga. Lo triste y lamentable es que alguien caiga en la trampa de los “buenos y malos” entendiendo que esto va de territorios y de poblaciones que en ellas viven como si de pronto pudiéramos señalar en el mapa quiénes son amigos o enemigos. 

El mecanismo psicológico por el cual pasamos a hablar de “los ucranianos” y “los rusos” da un salto mediante el cual deshumanizamos a quienes están en estos territorios siendo presos de un relato que muy probablemente nada tenga que ver con la realidad. Son los habitantes de estos territorios los que sufren las consecuencias de las decisiones de quienes, mediante el control del relato, manipulando en sus mensajes, justifican la barbarie. 

Y la barbarie, no lo podemos olvidar, es la que conlleva sangre derramada (de la persona de la nacionalidad que sea); la barbarie es el destrozo de viviendas, infraestructuras, que en definitiva sesga la oportunidad de bienestar de quienes allí viven, sin capacidad de hacer nada para evitarlo. 

Quienes tienen capacidad de evitarlo no se verán afectados directamente por sus decisiones. Esto es obvio, lo sabemos. Y parece que lo asumimos: que Putin, Biden, Borrell o Zelenski se empeñen en ocultar las verdaderas razones mientras activan las masacres es el menú de plato único que tenemos. Y por lo que se ve, por mucho que llenemos las calles de protestas, nuestra opinión pinta muy poco. 

Vivimos en un sistema en el que la inmensa mayoría de la población no apoya ni respalda ni entiende ningún tipo de conflicto armado. Y “nuestros dirigentes” nos han hecho creer que no hay más salida, que no hay más opción. No es cierto. Como tampoco es cierto que nos representen. Vivimos navegando en mentiras pegajosas que asfixian. 

Mientras aquellos que hablan en nombre de nuestros territorios hacen y deshacen, somos nosotros los que ponemos nuestras vidas, nuestras casas, nuestros destinos en sus manos. Sin querer y sin poderlo evitar. Somos quienes pagamos las facturas del gas, a precio de oro, porque estos “representantes” han decidido dejar de comprar a quienes tenemos al lado para comprarlo a los aliados. Ellos lo gestionan, nosotros lo pagamos. 

Detrás del conflicto hay más de lo mismo: quién accede al gas, al cereal, a las transacciones financieras, a las materias primas de unos y de otros. Nos hipnotizan con soberanía, libertad, derechos cuando en realidad, solo les preocupa hacer negocio. No hay más. 

Resolver este conflicto necesitaría, para empezar, llamar a las cosas por su nombre. Y de eso estamos lejos. Para continuar, sería fundamental no dar por hecho que una parte tiene razón y la otra está totalmente equivocada. El simplismo siempre lleva a un resultado erróneo (e injusto). 

Encontrar el equilibrio entre lo que nos cuentan, lo que podemos creernos y la capacidad de respuesta que podemos dar es imposible. Pero hacer el esfuerzo porque al menos no nos engañen para generar en nosotros la justificación de una masacre (de la población que sea) sí podemos evitarla. Es más: debemos hacerlo.