Supongo que nadie sabe cuándo va a empezar una revolución. Te das cuenta cuando llega, cuando pasan unos días y puedes comprender hasta qué punto eso que está sucediendo ha dejado de ser algo anecdótico, algo pasajero o algo sin importancia. Es la historia, después, la que en sus relatos genera las causas y consecuencias, según los que saben.

A estas alturas de lo que estamos viviendo ya podemos intuir que estamos viviendo una revolución. Estamos ante un cambio, o muchos, que afectarán sin lugar a dudas en la percepción del mundo, en la responsabilidad de los responsables y de los irresponsables, en la importancia que se le dará a algunas cosas, en la que perderán otras, en modificaciones legislativas, económicas, de estructura y organización. O eso debería ser, claro está. Porque si no aprendemos de esta que hacen falta cambios radicales (de raíz), mucho me temo que vamos a vernos encerrados en casa una y otra vez.

Son muchos los fallos del “sistema” que en mi opinión han hecho saltar todo por los aires. Evidentemente y en primer lugar, el destrozo del estado de bienestar que viene produciéndose durante la última década. Esa excusa de la llamada “crisis económica” que en realidad siempre fue una estafa para esto, para aprovecharse de lo público y sacar rédito los de siempre, los cuatro listos, a costa de los de siempre, la mayoría de “pagafantas” que somos nosotros. A través de subcontratas dentro de los sistemas públicos se ha ido vaciando de contenido la calidad y excelencia que siempre tuvo lo público: disfrazándolo, claro está. Porque los que hacen trampas siempre se disfrazan.

Que estos días nos sirvan para reflexionar, para asumir compromisos con los cambios que evidentemente necesitamos

Han ido desviando fondos públicos a entramados empresariales con la excusa de que “lo privado gestiona mejor” cuando todos sabíamos que no era cierto. Va siendo hora de que lo público vuelva a ser público, sin medias tintas. Para saber cómo está, para saber qué necesita y para que no le falte de nada. La salud no debe ser nunca un negocio.

Los medios de “información” son otra parte fundamental de este descalabro. Se han pasado tanto tiempo mintiendo que cuando intentan contar la verdad nadie les cree. Y así pasa ahora: que la gente piensa que lo que es cierto es mentira, y que la mentira es oficial. Y cuando te piden que te quedes en casa, la gente se va de cañas y a la playa; y cuando te dicen que procures no tomar un medicamento determinado, aparecen voces que lo tachan de mentira, con los riesgos que comporta. Necesitamos una limpieza profunda en las cadenas de comunicación, separar lo que es la opinión de la información, lo que es el entretenimiento de la manipulación. Es fundamental respetar a la audiencia, y tener un servicio informativo por parte de gente que se deba a la información veraz y no a los patrocinios ni publicidad.

La política ha perdido también el contacto directo con la realidad, si es que alguna vez lo tuvo. Los cargos no se están enterando de lo que sucede, pues hay tantos mandos intermedios preocupados por salvar sus posaderas, que no están sabiendo transmitir lo que se necesita: desde el personal sanitario, desde la gente en sus casas, desde las necesidades más básicas. No llegan los mensajes de abajo a arriba porque hace tiempo que se cortó un canal fundamental: ese que se rompe cuando uno pone el culo en un sillón oficial y ya no vuelve más a ser “persona”, sino “cargo”. Y estos ni escuchan, ni ven, ni entienden. Otros que requieren de una reestructuración profunda. Necesitamos gente que siga siendo “humana” y no a “divinos” gestores. A la vista está.

Conexión entre personas, colectivos: la necesidad de tomar contacto de nuevo. Dejar atrás el individualismo. Esta revolución necesita tomar pulso a nociones humanas: el cuidado de nuestros mayores, de los vecinos, de las personas que viven a nuestro lado y generalmente no existen. Hemos llegado a un punto de individualismo insostenible, que ahora vemos que no puede continuar. Que haya tantísimas personas solas en sus casas, aparcadas y abandonadas en residencias es un hecho tan triste que debería hacernos reaccionar de una vez por todas. Hemos fracasado como sociedad, porque lo que estamos viendo estos días, sobre todo en relación a nuestros mayores, es imperdonable.

Que estos días nos sirvan para reflexionar, para asumir compromisos con los cambios que evidentemente necesitamos. De la misma manera que es fundamental que tú y que yo nos quedemos en casa, porque nuestra responsabilidad salva vidas, mañana, cuando salgamos de nuevo a la calle, tenemos que seguir siendo conscientes de que nuestra implicación es vital para cambiar las cosas. Que no podemos seguir pensando que los demás lo harán por nosotros, porque a la hora de la verdad, acabamos de ver quiénes son los que están y quiénes son los que, en realidad, nunca estuvieron.