Ayer conocí a un hombre que hace años vio una foto que no podremos borrar de nuestras conciencias. Un niño sirio ahogado en una playa. A todos nos destrozó la conciencia y nunca podremos borrarla de nuestra memoria. Aquella imagen nos condenaba a todos si permanecíamos impasibles ante lo que estaba sucediendo.

¿Qué puedes hacer después de ver algo semejante? ¿Cómo reaccionas cuando descubres que cientos de personas están cayendo al mar y nadie acude a socorrerles? 

Algunos ayudaron económicamente a organizaciones que estaban trabajando en el terreno, otros buscaron la manera de ayudar como fuera posible, con la impotencia que genera estar tan lejos y no saber prácticamente nada de las barbaridades que ocurren. Otros rezan, otros se manifiestan… Algunos medios de comunicación lo cuentan, entre el ruidoso silencio de la mayoría. 

Porque lo cierto es que lo que sucede no nos lo cuentan ni nos lo explican bien y, en muchos casos, tienden a ocultar lo más terrible: los responsables de estas barbaries y de qué manera se debe poner freno. 

Una de las personas que no podrá borrar esa imagen de su memoria se llama Òscar. Trabaja en salvamento marítimo, es socorrista. Y su cuerpo se revolvió tanto que su reacción inmediata fue coger un avión y marcharse al lugar donde se hizo esa foto. Él sabía salvar vidas en el mar, era su trabajo. Y allí había gente muriendo en el agua. 

Compró su billete de avión. Contactó con alguna ONG que estaba allí tratando de ayudar como podían. Un viaje improvisado con un objetivo: salvar vidas.

Llegó a Grecia. Y allí vio con sus ojos, ya no en fotos, sino en el agua, a cientos de personas que necesitaban ayuda. Comenzó a trabajar sin parar durante un mes: sus manos, sus aletas, y la imagen de Aylan grabada para siempre eran todo lo que tenía allí. 

Aquí había ahorrado un dinero: 15.000 euros. Fundó una ONG para organizar todo lo que hacía falta allí, en medio del mar y donde nadie, salvo alguna organización solitaria, quería ayudar. 

No consigo imaginar cómo se ve la vida cuando has visto el terror de una guerra, escapas para salvar la vida de tu familia, te prometen la salvación y de pronto te ves en la inmensidad del mar 

Desde aquel 2015 hasta hoy han sido más de 60.000 vidas las que se han salvado por la iniciativa de Òscar. Ha sido capaz de poner en marcha un proyecto titánico: por un lado, salvar las vidas de aquellas personas que no parecen valer nada para millones de habitantes que saben lo que está pasando y miran hacia otro lado. Y por otro lado, denunciar ante todas las instituciones, en todos los rincones del mundo, la responsabilidad de quienes, pudiendo tomar medidas que pongan freno a este genocidio, cierran sus puertas, sus puertos y levantan muros sabiendo que se producirán muertes. 

La labor de Òscar está siendo premiada por distintos organismos. Acaban de darle el premio de la Paz en las Naciones Unidas, por ejemplo. Y de manera incomprensible en España se ha articulado una campaña mediática para perseguir su labor. Como en Italia, donde la extrema derecha intentó criminalizarle sentándole en el baquillo. Finalmente ganó todos los juicios. Pero evidentemente a Salvini eso de que se salvasen inmigrantes no le hizo gracia y se dedicó a buscar votos atacando la ayuda humanitaria, difundiendo los consabidos mensajes homófobos y racistas. Le salió mal la jugada al fascista, porque al final consiguió que todo el mundo en Italia se pusiera en su contra y respaldase la acción que lideraba Òscar. 

Son tantas las batallas que lleva luchando este salvavidas, que sorprende comprobar la energía que desprende cuando habla, la contundencia en cada una de sus palabras. 

Mientras cuenta situaciones realmente duras, sus ojos brillan. Siguen brillando. Y no deja de explicarte cómo es posible hacer lo que están haciendo. Cómo las mayores dificultades son las trabas que les ponen algunos gobiernos, nombres y apellidos concretos, el engaño y la manipulación a la opinión pública, la desesperación más absoluta al darse cuenta de que la brutalidad más salvaje se ejerce desde el poder. Y también la sonrisa que asoma cuando te confiesa quién ha estado ahí para ayudar, quien ha desplegado su humanidad ―de manera discreta―. Y es también bueno saber que hay humanos entre los que nos gobiernan. 

Otros, también sorprenden, pero para mal, pues han llegado a decir públicamente que hay que tener permiso para salvar vidas. Sí, léalo de nuevo: hay que tener permiso para salvar vidas. Y para gestionar ese permiso, pueden demorarse meses sabiendo que cada minuto se producen muertes que podrían evitarse. 

No me cabe en la cabeza que hayamos perdido la humanidad de este modo. No me cabe en la conciencia tantísimo dolor. No hay lugar donde meter las náuseas que provoca el hecho de saber que estas vidas podrían salvarse con voluntad de unos dirigentes que lo llenan todo de burocracia y de mentiras para perseguir a las víctimas y a quienes las salvan. 

No consigo imaginar cómo se ve la vida cuando has visto el terror de una guerra, escapas para salvar la vida de tu familia, te prometen la salvación (te engañan) y de pronto te ves en la inmensidad del mar ―que nunca has visto― sin saber nadar. ¿Podemos pararnos a reflexionar durante diez minutos? 

Conocer en persona a Òscar y su proyecto para mí ha sido un regalo. Me he comprometido a ayudar todo lo que pueda y aquí estoy, con los brazos abiertos. ¿Y tú?