Nada será fácil. Y pecarían de ingenuidad letal aquellos que creyeran que todo lo que se ha pactado —desde la amnistía hasta los altos hitos de la mesa negociadora— llegarán a buen puerto. A estas alturas todo está acordado y atado de manera minuciosa, pero, al mismo tiempo, también todo está en el aire, porque el golpe de Estado silente que se ha iniciado en contra del pacto, no tiene vocación de derrota. Vivimos un momento de sobrecarga histórica que, en la perspectiva del tiempo, marcará un capítulo propio. Pero vivido en el presente, parece asentado en un terreno lleno de arenas movedizas. Es un tiempo de blanco y negro, donde nadie puede saber si la botella está medio vacía o ya está medio llena.

Para empezar, el momento que vivimos es ciertamente extraordinario. Catalunya vuelve a estar en el centro de la política española y marca las pautas. Las circunstancias electorales, pero también un exilio que se había preparado durante seis años para un momento como este, han conseguido acelerar los cambios de relato en el debate público, hasta el punto de que una opción como la amnistía, que hace tres meses era tan inimaginable como la independencia, esté naturalizada y aceptada por una parte sustancial de la sociedad española. De la misma manera, aquello que parecía imposible, la idea de un proceso negociador, que se percibía como un delirio desde la perspectiva española, superó ayer el obstáculo más difícil de todos los que tendrá que superar: iniciar el proceso. Y nuevamente, una parte de la ciudadanía española ha empezado a naturalizar lo que es una evidencia en las democracias solventes: que los conflictos territoriales se resuelven en las mesas negociadoras, y no en los juzgados. Es cierto que los socialistas han entrado a la fuerza, obligados por su agudo instinto de supervivencia, pero el hecho es que están dentro y defienden el formato, y eso cambia completamente el paradigma. Desde la mirada, pues, de la botella medio llena, es indiscutible que Catalunya ha salido de la letargia somnolienta de los últimos años, y se han abierto perspectivas muy ambiciosas. Por una parte, la posibilidad de la amnistía a los centenares de catalanes sacudidos por la represión, el retorno de los exiliados, y la enorme relevancia del retorno del president Puigdemont. De la otra, el hecho de abrir en canal los grandes temas de Catalunya, en mesas negociadoras con mediadores internacionales, cosa que ha hecho estallar los oídos de la España más oscura. No olvidemos que hace cuatro meses aseguraban que el conflicto catalán se había acabado, que estábamos "pacificados", que la concordia y la convivencia y bla, bla, bla..., y ahora Catalunya revienta las portadas.

Una parte de la ciudadanía española ha empezado a naturalizar lo que es una evidencia en las democracias solventes: que los conflictos territoriales se resuelven en las mesas negociadoras, y no en los juzgados. Es cierto que los socialistas han entrado a la fuerza, obligados por su agudo instinto de supervivencia, pero el hecho es que están dentro y defienden el formato

Sin embargo, toda botella medio llena tiene una mirada medio vacía, y la guerra que se ha emprendido en España por tierra, mar y aire contra el acuerdo de Junts y PSOE (el único acuerdo que ha hecho romper el estado) también permite dibujar un escenario tenebroso. No se trata solo de la agresividad de la derecha española, incapaz de modelar ni un gramo su modelo unitarista e intolerante, sino de todo el resto de poder del estado que se han puesto a las órdenes de lo que reclaman el salvamento de España. Aznar hizo el primer llamamiento cuando pidió que todo buen español hiciera "lo que había que hacer" para salvar a España de las garras de los antipatrias socialistas y los secesionistas catalanes. El segundo llamamiento no se hizo con palabras, pero todos los soldados entendieron a su comandante supremo, cuando Felipe VI puso una cara notoriamente irascible en la recepción a Pedro Sánchez. A partir de entonces, la revuelta del poder judicial contra el pacto es de una dimensión tan enorme que no tiene precedentes y que augura un camino muy tortuoso para conseguir avanzar en la dirección de los acuerdos. No hay día sin noticias beligerantes de poderes del estado o, sobre todo, de la judicatura, situada en pie de guerra de manera pública y notoria. A todo eso hay que añadir la delirante actuación del fiscal García-Castellón, cuya vocación patriótica merece, sin duda, la orden de Isabel la Católica y el Toisón del Oro, todo al mismo tiempo. Son soldados en una guerra de salvación patriótica, y están motivados y desatados. Como siempre, Catalunya es la causa.

Con esta situación, es imposible pensar que la amnistía será fácilmente aplicable. Sino al contrario, tendrá tantos obstáculos que se alargará mucho en el tiempo y, cuanto más se alargue, menos garantizada estará. No es la derecha española la que se ha alzado con mentalidad golpista contra unos acuerdos democráticos. Son los poderes del estado, desde la más alta institución hasta la más baja. Los soldados de Aznar...

Optimismo o pesimismo, de momento, firmeza. Es cierto que son muchos los escollos, pero también es cierto que estamos en la batalla. Era mucho más peligrosa la situación de los últimos tiempos, donde Catalunya estaba inmersa en la paz de los cementerios. Ahora tenemos una lucha ingente, pero estamos vivos, estamos en la batalla.