El revuelo de ofendidos provocado por la última entrevista del diario de los banqueros españoles a José Barrionuevo certifica la incapacidad de los catalanes para saber qué coño es un estado. Con la gallardía flamenca que regalan los ochenta años y toda cuanta impunidad jurídica, el exministro admitía la guerra sucia contra ETA (en especial, las fechorías que acabaron con la vida de Segundo Marey). Podemos hacer toda cuanta disquisición sobre la ejemplaridad moral que tienen que encarnar los países y sus representantes públicos; pero hay que recordar, previamente, una cosa tan de parvulario como que un estado tiene la única obligación de imponer su unidad y pervivencia, si hace falta a riesgo de contravenir las normas éticas que lo fundamentan. La sola ley rectora de un estado (más todavía si este tiene un pasado imperial, como es el caso de España) es la de durar. Y Barrionuevo fue un gran servidor de esta causa.

José Barrionuevo fue ministro del Interior socialista en unos años en que se vivían unos cincuenta atentados etarras cada mes y con los terroristas haciéndole el corte de manga a los miembros de la Guardia Civil desde la frontera con Francia. El antiguo ministro jugó a la guerra sucia, transformando unos cuerpos policiales fuertemente determinados por su herencia franquista. España, of course, no contaba con unos servicios secretos como los del Reino Unido, y toda la caterva de policías chusqueros enviados a Euskadi para explorar el lado oscuro de la naturaleza humana no eran precisamente catedráticos de Harvard. Todo cierto, como también lo es que el Estado tiene que intentar sobrevivir a los retos con bondad y ejemplaridad. Pero cuando se encuentra ante determinadas guerras y numerosas bajas, también tiene que morder. Pues claro.

Catalunya es un país que no sólo comete el error de pensar que con tener razón basta para subsistir, sino que sufre la infantil cabezonería de creer que el mundo se la dará

Analizar la tarea de Barrionuevo desde el ahora y aquí, con el solecito moral que regala el presente, es de una inframentalidad delirante. La guerra sucia contra el terrorismo es un fenómeno espantoso, como también lo fueron la ley de partidos aznarista, el encarcelamiento indecente de Arnaldo Otegi, o las condenas a los líderes políticos del procés. Pero con respecto a la supervivencia de un estado, confundir moral con intereses es propio de tribus bobas como la nuestra, porque con el entendimiento de un jilguero basta para ver como estas tres iniciativas sirvieron para empezar a derrotar a ETA, debilitar sus conexiones con la política y amedrentar el independentismo vasco y catalán. Cuando el estado tiene que sobrevivir, siempre desborda sus propios límites morales; si los independentistas no entendemos algo tan básico, no conseguiremos nunca la sedición. Antes de ir a la guerra es necesario que conozcas al enemigo.

Ahora que se celebran cuatro décadas de la victoria socialista en España, entiendo perfectamente que Barrionuevo resurja de la caverna para reivindicar su tarea de gobierno. De hecho, sólo un líder de gran inteligencia como Felipe González pudo enviar a Interior a un hombre como Barrionuevo, de ascendencia nobiliaria y espíritu carlista. Si tú quieres perdurar, en determinados y complejísimos contextos, tienes la opción de escoger a vizcondes como Barrionuevo para gestionar las vísceras o jugar a dados con los mandos de los Mossos como hace nuestro desdichado conseller de Interior. Antes de criticar a Barrionuevo, tendríamos que agradecerle que nos recuerde que con el "ni un papel al suelo" o el "somos gente de paz" pasaremos a la historia como el pueblo que colecciona más victorias morales del planeta. A la próxima que montemos un Estado Mayor, echemos a los farsantes ya lo suficientemente conocidos y pongamos a gente como él.

Catalunya es un país que no sólo comete el error de pensar que con tener razón basta para subsistir, sino que sufre la infantil cabezonería de creer que el mundo se la dará. Tiene cierta gracia que la ruleta de la historia haya hecho coincidir todo este ruido con las revelaciones del informe Pegasus en el Parlamento Europeo, una nueva gesta independentista que el Estado se zampará con un estómago capaz de digerir cualquier enmienda del exterior. Pedro Sánchez gestionará esta (gravísima, ¡faltaría más!) vulneración de derechos focalizándose en el espionaje urdido por Marruecos, y sabiendo perfectamente que puede intercambiar esta muestra de agravio aprobando los presupuestos del Govern Aragonès. El problema de la represión no es su valor moral, sino el precio que tú le pongas; y los políticos catalanes han decidido hace mucho tiempo que los derechos de los ciudadanos se pueden intercambiar por su mensualidad.

Todo eso que explico no elimina la pulsión de cada uno para hacer el bien ni la vocación política para tender hacia una sociedad más ética. Aplaudo la tarea de Citizen Lab para desenmascarar las argucias del espionaje español, como también reclamo justicia para todas las víctimas del terrorismo de estado urdido por Barrionuevo. Pero si hablamos de política, compañeros, empecemos por afeitarnos y entendamos que tarde o temprano alguien se enfangará. Y si este a alguien ayuda a salvarnos, tengamos la decencia de honrarle con todos las calles y avenidas que haga falta. Barrionuevo marca el camino, y yo vuelvo a escribirlo para recordaros todo lo que hay más básico.