Una de las pocas cosas que admiro de mi propio espíritu es su oceánica ingenuidad. Cuando el jurado de los premios Ondas —es decir, los galardones del PSOE— decidieron laurear el simpático espacio "El bunker" de Catalunya Radio como mejor programa "de proximidad" de la esfera española (supongo que contraponiéndolo a alguna categoría alternativa "de lejanía"), enseguida pensé que un independentista marmóreo como Lluís Jutglar i Calvés declinaría recibir la estatuilla en cuestión. Mi intuición no era fruto del azar, pues sé a ciencia cierta que Peyu (igual que sus lugartenientes, Jair Domínguez y la profesora Neus Rossell) saben que los Ondas son el brazo armado mediático del artículo 155 y que programas como el suyo nunca se podrían emitir en Radio Barcelona. De hecho, la importancia del asunto radica en el hecho de que conocen lo que estoy contando mucho mejor que un servidor.

Pues bien, mi condición naif chocó con la imagen de Peyu dirigiéndose todo contento (ataviado con una barretina) al público del Liceu para recoger el potro escultórico del socialismo español. Cuando aceptas un premio del enemigo, así lo exige el manual de la ocupación, siempre hay que hacer alguna cosa que incomode a un poco la audiencia, como cantar tu discurso íntegramente en catalán o soltar un ligero rapapolvo a la culturilla española por quedarse en silencio cuándo, por poner un ejemplo, el Gobierno enviaba a la pasma a dar de hostias a las abuelas con ocasión del referéndum. En eso sí que acerté, aunque, adelantándose| muy bien a los tiempos que nos esperan, Peyu no recordó el espíritu dictatorial de los medios españoles y su afán de hacernos residuales; simplemente, sugirió a los progres que se tienen que hacer catalanófilos porque los fachas españoles, en el fondo, son cuatro gatos que no les harán perder taquilla.

El enemigo es lo bastante inteligente, y por eso busca comprar a los independentistas de mi generación, decepcionados con el Procés y con la hipoteca de interés variable

Discurso importante, en efecto, porque a la presencia de políticos catalanes simpáticos en Madrid (ya hemos visto cómo citan a Montserrat de forma nauseabundamente interesada), en Catalunya se sumarán tótems mediáticos que sellen la pax del autonomismo a base de protestar un poquito, pero pasando por el escenario a recoger el premio. Todos nosotros, y servidor el primero, hemos trabajado (y cobrado) de medios de comunicación que ejercen la censura y están muy lejos de representar nuestra visión de la política. Yo entiendo perfectamente que todo el mundo tenga que llenar el plato de arroz y que, en tiempo de inflación, a veces te tragues unos cuantos sapos con el fin de sufragar las clases de violín de tantos chiquillos. Pero de eso a presentarte bien arregladito en el Liceu, para sumarte a la fiesta de la reconciliación entre Catalunya y España —con ocasión de la amnistía, purista como soy— diría que van muchos kilómetros.

En cualquier caso, la barretina de Peyu es la viva imagen de cómo España quiere hacernos retornar a los debates que llevaron al Estatuto del 2006 (el nombramiento de Jordi Hereu como ministro va en esta línea; el antiguo alcalde no está en Madrid para hacer que las empresas catalanas vuelvan al territorio, sino para recordar a las élites de la capital que los catalanes vuelven a trabajar por su hegemonía en España) a través de los discursos plurinacionales del PSOE de Zapatero. En este sentido, es muy normal que Urtasun y compañía hagan esfuerzos muy grandes por intentar catalanizar el debate español de una forma muy amable, de la misma forma que la Cadena Ser pobló sus estudios de locutores de nuestro país cuando se debatía sobre el Estatuto. El enemigo es lo bastante inteligente, y por eso busca comprar a los independentistas de mi generación, decepcionados con el Procés y con la hipoteca de interés variable.

Ayer hablaba con una buena amiga que vive pendiente de un cargo importante en el sector cultural en Madrid, nerviosa porque un diario de la derecha española la había sacado en un artículo, recordando su presencia a una manifestación independentista del tiempo del 2017. Siguiendo la lógica de aquel contexto de hace un lustro, la amiga en cuestión sufre mucho por su futuro laboral. Yo le dije que se deje de puñetas, que vaya preparando las maletas para marcharse a Madrid y que disfrute de la experiencia; trabajará mucho menos y cobrará mucho más. Y la tratarán muy bien, porque allí también son procesistas; gente de paz, en definitiva. Mientras, aquí, nos conformaremos con la barretina y algún comentario fuera de tono. Nada más.