Con esto de las elecciones acostumbra a pasar como con los derbis entre Barça i Madriz; cada cita para votar deviene rápidamente el partido del siglo y se le otorga el estatuto de final. Cierto es, las elecciones del 28-A y las municipales de mayo tienen algo de particular. En lo que toca al electorado catalán, parece que el retorno a la parsimonia de la neo-autonomía (y por tanto a la sumisión nacional) provocará un crecimiento del electorado socialista en Catalunya. Por otro lado, el auge espectacular de Esquerra convertirá al partido republicano en el principal interlocutor del catalanismo en la capital del reino. A su vez, las elecciones en Barcelona tienen el innegable interés de saber si Ernest Maragall volverá a la casita que ayudó a cimentar como alcalde o bien como maquinista principal de un gobierno de Ada Colau y de si Jordi Graupera salvará la escasa inteligencia que le queda al independentismo.

Este posible cambio de hegemonía (acompañado de un retorno a la izquierda moderada) no es una mutación menor. Pero diría que es la supuesta maría de esta tríada, precisamente en las europeas, donde encontraremos el verdadero cocido de la política tribal y su futuro. Porque, en efecto, y más allá de esta cursilada que llamamos internacionalización del procés, será en las europeas cuando finalmente se van a enfrentar Puigdemont y Junqueras. De hecho, lo único que puede hacer peligrar la hegemonía de ERC con una triple victoria es, hoy por hoy, la pervivencia de la figura del president 130. De ahí que Puigdemont no sólo se autodesignase candidato a Europa, sino que haya vuelto a especular con un posible retorno al país. Esta hipótesis es una auténtica trola, como sabe cualquier persona, pero también es igualmente conocido que las mentiras nunca te pasan factura en este pequeño rincón del mundo.

Si Puigdemont flota, la derrota de Junqueras continuará imposibilitando que los antiguos convergentes entierren al líder y vuelvan al sueño húmedo de configurar un partido autonomista-pactista con Madriz

Las europeas serán unas elecciones netamente catalanas, y Puigdemont se juega su porvenir como referente del soberanismo, la posibilidad de continuar actuando como jefe de filas del centroderecha catalán y, sobretodo, continuar ejerciendo de mosca cojonera de lo nuestro en el ámbito de la UE. A pesar de todos los errores cometidos por el 130, su exilio forzoso y la libertad de movimiento político que le regala es su principal baza. No es tampoco casualidad que Marta Pascal haya quedado para tomar café con Enric Juliana para especular acerca de la creación de un nuevo partido que resucite la antigua Convergència en estos precisos instantes: si Puigdemont flota, la derrota de Junqueras no sólo puede provocar nervios en Calàbria, sino que continuará imposibilitando que los antiguos convergentes entierren al líder y vuelvan al sueño húmedo de configurar un partido autonomista-pactista con Madriz.

De hecho, la mejor opción para acabar con esta actual oligarquía independentista que se ha demostrado tan amateur y tramposa es embutir a Esquerra en el Congreso para que las bases de los republicanos exploten de ira viendo a su partido convertido en una nueva palanca del PSOE, después alimentar la extranjería de Puigdemont a Europa y liarla parda en Barcelona con Graupera. Es la mejor forma de ratificar la masa de votantes independentistas y, en paralelo, comenzar a viajar hacia la isla de un liderazgo mejor.