La noticia no es menor. La Roma eterna también ha caído en manos del populismo con la elección como alcaldesa de una representante del  movimiento cómico-político Cinque Stelle. La Roma que vivió el populismo de César, que sucumbió ante el de Octavio transformando la República en principado, la Roma que alentó, secundó y despidió a Mussolini por su populismo de corte romano (véase fascista) y sus amistades siniestras, después de la decepción con la izquierda, con la derecha y de nuevo con la izquierda, se lanza de nuevo en brazos del populismo, quizás desesperada, tal vez desencantada, aunque quienes conocemos algo del espíritu italiano sabemos que en el fondo lo hacen molto sportivamente.  

La tendencia general es un populismo de izquierdas, pero nada obsta para que prolifere, como el propio Mussolini es muestra, también el de derechas, en el presente de la mano de grandes corporaciones con vocación de aprendiz de brujo (nada más absurdo que pedir “un Podemos de derechas”) que han alimentado el crecimiento de partidos aunque ahora quizás lamenten haberlos llevado hasta la mayoría de edad. Porque, sean de izquierda o de derecha, cuanto más hablan de la corrupción más sospechosamente se acercan a la posibilidad de padecerla; tanto como fácil es para ellos hablar con desparpajo de los defectos de otros partidos desde la ausencia de relato histórico de gobierno, y sin rendir cuentas de lo rápidamente que se han acomodado a la tierna moqueta institucional y a sus gadgets y delicatessen.

En Barcelona desembarcó el populismo con Ada Colau y tiene una comprensible voluntad de quedarse

En Barcelona desembarcó el populismo con Ada Colau y, con la inestimable ayuda de un electorado cansado de corruptos y la connivencia de partidos de toda la vida que no quieren ni pueden permitirse ir a la oposición para hacer examen de conciencia, tiene una comprensible voluntad de quedarse. Por supuesto en nada de lo que dijo que arreglaría hará otra cosa más que cambiar los nombres de los responsables de explicar que la realidad es algo menos sencilla que el eslogan. Pero es que saber qué podría hacer y no hace o donde sigue haciendo lo mismo que todos con cambio de beneficiarios no es tarea simple; es de una complejidad tan inmensa lo que acontece en el día a día de un ayuntamiento como el barcelonés u otros de menor tamaño pero dinámica similar, que aspirar a que el votante tarugo (en algún ámbito lo somos todos; en todos los ámbitos, un volumen que depende a partes iguales de la educación, la desinformación y la desidia) tenga un criterio al respecto es como esperar que los pinos den diamantes.

Hay que reconocer que el populismo suele ser simpático. A base de decir a la gente (sin educación, sin información y sin diligencia) que ser pobre es una categoría jurídica que da derecho a dejar de serlo, la gente acaba creyendo que es verdad, sobre todo porque es fácil olvidar que, si acaso, la categoría de la pobreza es moral y que sólo lo es cuando se elige o se asume; y todo porque nadie se ocupa de decir que una cosa es ser pobre y cosa bien distinta es vivir en la pobreza. En este panorama político en el que Colau o Carmena son más simpáticas que Trias o Aguirre, es difícil reconocer que lo que ha practicado Europa no son políticas liberales, y que el verdadero liberalismo todavía está por llegar en esta España que de Suárez a Rajoy nunca ha dejado de ser, de frente o de perfil, socialdemócrata.

Así las cosas, hasta a Londres ha llegado el populismo, siquiera sea en la forma de atreverse con la Unión Europea, cosa fácil, porque ésta se ha dedicado a abdicar de sus valores con una contumacia digna de mejor enemigo. El exalcalde de la capital de un país que siempre va por delante en política, Boris Johnson, está por la causa del Brexit, incluso aunque, como decía hace poco John Carlin, en Londres se dé la paradoja de que, por ser tan cosmopolita, multicultural y diferente del resto de Inglaterra, pueda darse la paradoja de que sea la que, más allá de lo que decida Escocia, pida la independencia respecto de Inglaterra, si ésta sale, para poder permanecer en la Europa de la Unión. Y no puede decirse que no sea populista (y gráfico) el argumento de Johnson, al equiparar esa Europa con el proyecto de Hitler.

Como siempre, en el populismo hay una base de verdad, la necesaria para apuntalar el sofisma

Como siempre, en el populismo hay una base de verdad, la necesaria para apuntalar el sofisma. ¿Quién negará el descrédito de las instituciones? ¿O la falta de alma de la imposición de los criterios de convergencia? ¿O el hecho evidente de que un supuesto liberalismo, que no es más que cleptocracia rampante, haya hecho posible un candidato como Donald Trump en Estados Unidos? Un país este, por cierto, del que nuestros progres siempre quieren reflejarse en su partido demócrata sin siquiera haber consultado la hemeroteca para saber que allí a quien tienen subido a una peana es a Ronald Reagan.

“Beatificado” no sólo por el hecho de que junto a Margaret Thatcher y Juan Pablo II fuera actor decisivo en el final de la guerra fría y del comunismo de los países del Este de Europa. También porque a él deben los americanos su mínimo sistema sanitario-asistencial, ese que intentó mejorar Bill Clinton, y que prometió universalizar Obama. Pero ya sabemos por Guantánamo que las promesas del programa electoral, sea populista o no el sujeto que las haya alumbrado, se las suele llevar el viento hacia ese monte del olvido, que está, no lo duden, en alguna de las colinas de la Atenas en la que se gestó Syriza.