Después del golpe de Estado perpetrado al estamento arbitral por el Real Madrid, el caso Negreira —de existir, con todas las tinieblas diagnosticadas por la caverna mediática—, me parece un juego de niños de P3. Lo más sorprendente de todo este atraco con armas de destrucción masiva es el silencio de los clubs de esta Liga que nos hemos dado entre todos, una constitución futbolística diseñada para que el club que representa los valores de los nostálgicos del Régimen perpetúe su poder incorrupto como los restos de los Santos que apadrinan la patria. Igual que durante el franquismo, los neofalangistas ayusistas necesitarán un nuevo Real Madrid para hacer de la España que sueñan una pesadilla para los barcelonistas. Y si es escandalosa la no respuesta de los clubs ante el golpe de Estado arbitral, me fastidia la respuesta tibia del presidente Laporta. Creo que Laporta tendría que haber sido más contundente para no despertar sospechas sobre ciertos favores que el Barça tiene que devolver al entrañable equipo de la Castellana.
Me fastidia la respuesta de Laporta, pero me declaro laportista en una sociedad catalana acostumbrada a vivir en los valores del seny, la sensatez, y dirigida por un president de la Generalitat que abandera una equidistancia somnolienta con el séquito de un empresariado catalán que vendería el país, este, y la lengua, la nuestra, para conseguir un título nobiliario de manos de Borbón. Laporta representa la rauxa, el arrebato, y eso me pone en un momento que necesitamos fuerza y entusiasmo para luchar contra la España que se nos viene. En un momento imperativo de Barçafobia liderada por un club RH como el Athletic Club, necesitamos un presidente como el que tenemos. Con Víctor Font, un hombre que transmite "seni catalán" a granel, ahora estaríamos arruinados de pasión y, seguramente, de amor propio.
La reacción del Athletic contra el Barça después de que se anunciara el interés del club barcelonés por Nico Williams es intolerable y, si se demuestra que Javier Tebas, otra marca de la ultra España, le ha pasado información secreta a Jon Uriarte Uranga sobre la situación financiera del Barça y el famoso 1 por 1, no sé a qué espera la entidad barcelonista para denunciar al presidente de la Liga de Fútbol Profesional. Laporta, muévete. Mirándolo bien, sin embargo, eso del Athletic y su histórica animadversión hacia el Barça nos viene de perlas a toda aquella gente que estamos hasta el moño de la basquitis que ha sufrido la sociedad catalana históricamente y que nos ha cegado ante la evidencia: España es un país concebido para que vivan bien los madrileños, autóctonos y adoptados y, en segundo término, los vascos, habitantes de una región lo bastante independiente de España pero no tanto para no recibir los réditos europeos, y que ha sacado oro del matrimonio chantajista de dos polos de poder teóricamente irreconciliables: el terrorismo y la banca.
El Athletic siempre ha demostrado sufrir de una Barçafobia enfermiza representada por aquel famoso defensa central, Andoni Goikoetxea, nombrado el Carnicero de Bilbao, que lesionó dos al precio de uno, Bernd Schuster y Maradona, y que tiene el honor de haber designado por el diario The Sun como el segundo futbolista más duro de la historia. Sin el Barça, Goikoetxea no sería nada en un Planeta Fútbol que recuerda tanto a los Santos como a los Lucifers.
En San Mamés, los billetes falsos solo se estampan para mostrar la Barçafobia histórica que sufre una ciudad que vive de construir fantásticos puentes financieros con la capital
La Barçafobia ha llegado, incluso, a conseguir un fenómeno paranormal como es haber hecho de la selección española una bestia a batir por parte de los que lloran lágrimas rojigualdas. La animadversión hacia Lamine Yamal es patológica, como sublime representante del juego limpio barcelonista. Cuando escuchas a toda esta caverna mediática, piensas en aquello que dijo Esperanza Aguirre cuando se puso a subasta una gran empresa española: "antes alemana que catalana". Y acabó siendo italiana. Todos estos patriotas españoles futbolísticos preferirían que Lamine jugara con Marruecos, para no tener que cantar el himno a un equipo liderado por un moro que habla catalán.
Pero si la cuestión bilbaína es de simposio de psiquiatría avanzada, la Barçafobia del Sevilla es curiosa, si recordamos cómo se salvó el equipo del Guadalquivir de no bajar a segunda por cuestiones administrativas. Y lo hizo con la ayuda de un Estado y de una RFEF que decidieron convertir la Liga en una competición de 22 equipos. O como el Espanyol, una entidad deportiva que malvive sometido a una identidad que sufre de adolescencia crónica. Querría ser, pero no puede serlo, y el Derbi condal sigue siendo la piedra angular de un equipo instalado en Cornellà.
Después del golpe de Estado arbitral perpetrado por el Real Madrid, ganar la próxima Liga será una quimera. Y me gustará ver si en Bilbao los billetes con la cara estampada de Negreira serán sustituidos por euros con la cara dura de Yolanda Parga, o de Isabel Díaz Ayuso, la responsable del segundo pelotazo del Real Madrid con la conversión de una zona deportiva en un macroproyecto inmobiliario llamado Madrid Innovation District. Para sacarle el liderazgo tecnológico a la ciudad de Barcelona todo vale. Pero en San Mamés, los billetes falsos solo se estampan para mostrar la Barçafobia histórica que sufre una ciudad que vive de construir fantásticos puentes financieros con la capital. No sé cómo se dice en vasco "qué hay de lo mío", pero son expertos en conseguir beneficios económicos del esfuerzo improductivo del peix al cove catalán. La postura silente del gobierno vasco con la oficialidad de las tres lenguas minoritarias de España en Europa ha sido muy clarificadora.
La Barçafobia es la muestra de que, en este país, contra el Barça se vive mejor.