Cuando los líderes independentistas están a punto de vender una moto al pueblo o se predisponen a incumplir un mandato electoral con su habitual alegría, acostumbra a surgir de la nada un clásico del procés consistente en inventar un eufemismo pomposo para ganar tiempo y permitir así que el central chute el balón muy lejos sin la intención de marcar gol, pero con el anhelo de permitir que el equipo se repliegue. Vista la negativa de la mayoría de diputados a investir al president Puigdemont (por lo que, cuando menos los independientes de Junts per Catalunya tendrían que dimitir y pedir excusas a sus conciudadanos por fraude electoral manifiesto), los propagandistas de la tribu ya se han activado para distribuir la nomenklatura por todo el país: este, dicen, será un Govern "provisional". Traducido al cristiano, el Parlament investirá a un candidato que complazca a Rajoy y a Llarena, pero que será un mero lugarteniente de Puigdemont, a quien se le reservarán funciones ejecutivas y el derecho a regresar a la presidencia cuando lo quiera o las circunstancias lo permitan.

Lo anunció hace pocos días la querida Pilar Rahola, diría que desde su atalaya semanal del FAQS (no me hagáis caso mucho, porque Pilar siempre está en TV3 y cada día es más difícil saber en qué coordenadas exactas se halla), afirmando que el nuevo relato del Govern sería el de establecer una administración "provisional", en la que Puigdemont y el Govern en el exilio no perderían fuerza política, mientras al Ejecutivo situado en el Palau de la Generalitat se le asignaría el curro de intentar salir de la preautonomía actual con el fin de mitigar los efectos del 155. Rahola lo decía curándose en salud, porque ella misma afirmaba, haciendo uso de un espíritu ciertamente hegeliano, que incluso la idea de la provisionalidad es provisional. Es una cosa bien curiosa, si me permitís, eso del relato: hasta hace muy poco, los líderes ejercían su agenda política y, una vez implementada (¡qué asco!), inventaban un relato con el fin de comunicarla mejor. Ahora, eso del relato se adelanta a la acción de los políticos y la retórica se vuelve previa al arte de tomar decisiones: primero inventamos y comunicamos y después ya veremos cómo salimos adelante.

El eufemismo de la provisionalidad forma parte del vocabulario de la jugada maestra y del abecedario de la astucia

Si toda esta tomadura de pelo acaba tomando cuerpo, soy de la misma opinión que Elisenda Paluzie: el comportamiento más digno con los ciudadanos sería convocar elecciones cuanto antes mejor y que los partidos independentistas clarificaran honestamente hasta dónde están dispuestos a llegar y qué precio están dispuestos a pagar para emprender democráticamente lo que, con un nuevo eufemismo, han tendido a denominar "el despliegue de la República". Contrariamente a lo que ha escrito Oriol Junqueras desde la prisión, no se puede pretender desplegar el legado político del 21-D si al mismo tiempo condenas a los partidos catalanes a ubicarse en el marco de la autonomía española: o haces una cosa o la otra, vicepresident. Enric Millo, el cínico mayor del Reino, lo ha expresado con meridiana claridad: el 155 no se retirará del todo, sino que vivirá latente en la intromisión de los cirujanos del Estado. Contrariamente al mantra que repiten nuestros líderes, no hay ni una sola garantía por la que un gobierno autonómico pueda proteger a la Generalitat de los embates centralistas.

El eufemismo de la provisionalidad forma parte del vocabulario de la jugada maestra y del abecedario de la astucia, y condena a Puigdemont a ser un Tarradellas a la espera del permiso español para poder ejercer de president, en un retorno que puede no ser factible hasta dentro de muchos lustros. Hay buenas noticias, no obstante. Todos estos meses han demostrado que la Generalitat es una administración estatal urdida expresamente para repartir limosnas e hipotecar a los partidos políticos de la tribu a su miseria cotidiana: fijaos cómo, presidente aparte, ya se han repartido prácticamente todos los cargos del país. Su urgencia es puramente estomacal. Acabo con un consejo para los colegas diputados que han intentado honestamente hacer cumplir el mandato popular y asegurar la presidencia que los ciudadanos habían votado: sed dignos y abandonad el escaño, o el Titanic os acabará arrastrando con toda la fuerza de su vorágine y no os salvaréis del naufragio. Pues ahora, queridos lectores, eso de la "provisionalidad" consistirá en que manden los mismos de siempre bajo nuevas caras.

Los políticos catalanes se están condenando al suicidio. Habrá que crear nuevas fórmulas para salvarnos del naufragio y que la marea no se nos lleve a todos. Primera parada, Barcelona.