Frida Kahlo, o Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón, nombre completo, murió en Ciudad de México el 13 de julio de 1954. Muere allí mismo donde nació, en Coyoacán, donde hoy está su museo, la Casa Azul, un lugar magnético en una esquina preciosa de un barrio tranquilo que permite pensar que la conoces más si ves in situ su estudio, fotos, cuadros o jardines. Pero es una trampa, porque la materialidad puede desviar el foco. El artista es un misterio que no se resuelve con estridencias cromáticas, cactus o exposiciones. Gabriela Miranda, que ha estudiado su obra y la relación entre el propio cuerpo magullado por el dolor y la espiritualidad que destila, confesa que admirando sus cuadros podemos decir que Frida era "bonita, brillante, sobrecogedora", pero que siempre tenemos que añadir algún aspecto más nuestro, mezclar la propia vida con su obra.

Frida es el emblema de mujer comprometida políticamente, libremente y de trayectoria tortuosa. Es la historia de una mujer enamorada que pinta, sufre, produce. Su simpatía por el partido comunista, su ateísmo práctico y su distancia de la religiosidad institucional no son sinónimos de un arte secularizado. En la obra de Frida hay tensión religiosa, y fuerte. El contexto mexicano, lleno de devociones y religiosidad popular, no le era ajeno, y lo utilizó como canal. Precisamente en la Casa Azul, donde vivió con su marido, el pintor Diego Rivera, hay una exposición de exvotos (Retablillos). La necesidad de un milagro después de un accidente o una situación extrema era el pan de cada día en una cultura que Frida veía y compartía.

Su obra refleja una búsqueda de significado y consuelo en medio del dolor, utilizando elementos religiosos y espirituales para expresar sus experiencias

Frida Kahlo creció en una familia donde la religión tenía una cierta presencia pero no era un condicionante, y claramente su obra no se limita a una interpretación religiosa tradicional. Sus pinturas exploran el sufrimiento, la identidad y la resiliencia, que pueden tener connotaciones espirituales. En la obra La columna eructa, Frida se representa a sí misma con clavos clavados en el cuerpo, una imagen que evoca la pasión de Jesucristo, pero también su propio dolor físico y emocional. También se ha vinculado a la imaginería de San Sebastián atravesado con flechas.

La relación de Frida Kahlo con Dios mezcla elementos indígenas, el espíritu mexicano de la tradición religiosa de santos y la veneración por la Virgen de Guadalupe, y lo relaciona con su propio sufrimiento y expresión artística. Su obra refleja una búsqueda de significado y consuelo en medio del dolor, utilizando elementos religiosos y espirituales para expresar sus experiencias.

La intentaron abducir desde la corriente surrealista francesa, pero ella siempre dijo que mientras el mundo pensaba que ella era surrealista, no lo era. "Nunca he pintado sueños. Solo he pintado mi propia realidad", repetía. Los primeros cuadros los pinta a partir de 1925, después de recuperarse del accidente de autobús que deja su cuerpo devastado y con heridas que no se marcharán nunca más. Tal día como hoy, antes de morir, dejó dicho: "Espero alegremente la salida, y espero no volver nunca más".