Feijóo es un cadáver político. No ya si prospera la investidura de Pedro Sánchez, sino porque el aparato que gobierna el partido lo ha convertido en un muñeco. No pinta nada desde el trompazo del 23-J. Pero es que ya antes había capitulado.

Feijóo no es Ayuso. Ni Aznar. No lo es. No se siente cómodo a la derecha extrema. Y ha hecho tímidos intentos desde el primer día por dibujar una España más plural. Todo en vano por su renuncia a defender su liderazgo y convicciones. Lo han hecho rectificar cada vez que se ha aventurado. Feijóo ha bajado la cabeza. No se ha atrevido a hacerse valer y hacer la suya. Lo han empujado a una política de bloques que lo condenaba a arrasar o a sumar con Vox. Y se lo ha tragado hasta atragantarse.

Y claro está que —aunque sea por poco— no ha sucedido ni lo uno, ni lo otro. Y después de excomulgar a toda la periferia y de declarar Podemos izquierda totalitaria y a Pedro Sánchez el enemigo a batir, han dejado a Feijóo en un callejón sin salida. Lo han matado con su aquiescencia, vergonzosamente.

Ayuso —o cuando menos lo que ella representa— es quien manda en el PP. Ya lo demostró zampándose a Pablo Casado como si este fuera el cerdito que se refugia en la casita de paja. Lo barrió de un bufido. No necesitó más.

La campaña incendiaria de los últimos seis años declarando anatema los acuerdos entre republicanos y PSOE finaliza con este inconfesable epitafio de Waterloo: "el problema no era el qué, sino el quién"

Es la hora de Ayuso y de un PP que navega en la línea de flotación de la FAES de Aznar. Una Ayuso que, por cierto, se prodiga por Catalunya tanto como puede desde hace tiempo. La Catalunya que regaló a Pedro Sánchez la investidura con los 19 escaños del PSC y los del independentismo que lo puede investir, con un Puigdemont al frente que se muere de ganas de pactar por poco que pueda. La campaña incendiaria de los últimos seis años declarando anatema los acuerdos entre republicanos y PSOE finaliza con este inconfesable epitafio de Waterloo: "el problema no era el qué, sino el quién".

Pero también es la Catalunya que situó al PP como tercera fuerza política. La Catalunya de la resiliente La Vanguardia, que celebra los 142 años con el hábil Jordi Juan de director de orquesta. Él dice que está de paso. Pero tal como va, apunta que —por méritos propios— puede superar los 13 años de directores tan longevos como Joan Tapia y Pepe Antich, cuando La Vanguardia vendía los domingos más de 200.000 ejemplares. Hoy La Vanguardia vende poco más de 50.000 diarios, casi los mismos que El País. Pero sigue siendo influyente. Sin duda. Además de estar bien hecha. El diario de Godó es hoy el segundo diario de España, según el OJD. Toda una exhibición de resiliencia, de saber adaptarse a los nuevos tiempos, cuando el papel tiene un futuro más negro que Feijóo.

Y lo podrán celebrar con plenitud, con la fascinante Ayuso de invitada estelar, la primera mujer que de verdad podría ser presidenta de España en un futuro. La invitación a Ayuso es bien sintomática. Y un terremoto que ya está provocando problemas de protocolo. Y no menores. Da igual, Godó siempre ha sabido jugar muy bien la relación con el poder. Saben dónde están y a qué juegan. No es porque sí, que después de 142 años siguen caminando con vigor. Las ven venir de lejos. Y Ayuso —tan audaz como Pedro Sánchez— también sabe qué partida debe jugar. Sobre todo si, al final, las elecciones se ganan o se pierden en Catalunya.