"En las últimas horas, no me quito de la cabeza un dicho de la abuela: 'Quan la guineu no les pot haver, diu que són verdes' (Cuando el zorro no las alcanza, dice que están verdes)". Francesc-Marc Àlvaro tiraba de refrán para retratar el colosal ataque de cuernos que el mundo de Waterloo exhibía a cielo abierto al hacerse público el acuerdo entre republicanos y socialistas. El ataque fue indisimulado, espontáneo, de aquellos que te pillan con el pie cambiado. De magnitud bíblica. De esos de no pasar por la puerta.

Por enésima vez se habían vuelto a sulfurar. Al fin y al cabo, por lo de siempre. Después de seis años con la misma letanía ya los ves venir. Todo por estar en la palestra, por la necesidad imperiosa de atraer los focos, por gobernar la interlocución. Por el quién sale en la foto. ¡Por el protagonismo! No era el qué, era el quién. Desde el primer momento. ¿Qué se esperaban después de la negativa en redondo a consensuar una estrategia compartida de negociación? Un regalo al PSOE, los únicos que en todo momento han sabido qué querían unos y otros, percibiendo el abismo que hoy separa las dos formaciones mayoritarias del independentismo.

La desesperación llegó hasta el punto de que el presidente juntaire, no el Legítimo sino el orgánico, enseguida que supo que había fumata blanca por la amnistía, relator, condonaciones crematísticas o Rodalies, entre otros, reaccionó enfurecido enviando un mensaje a toda su ejecutiva dejando a parir el acuerdo. Nada nuevo. Todo bondad.

Veremos cuántos días dura la rabieta y qué conejo se sacan de la chistera delante de todos aquellos a los que habían vendido la moto del bloqueo entre otros brindis al sol

Después hemos sabido que echaban de menos a alguien, en la amnistía. Tanto reprochar que esto no iba de soluciones personales, ahora resulta que el problema está en salvar lo éticamente insalvable. La paradoja es que las terminales mediáticas juntaires —para reprobar el acuerdo— repetían coralmente que era una "amnistía para VIPS". Excepcional. Más allá de obviar la obviedad: ¡la ley de amnistía no va de amnistiar personas —por más esteladas con las que se disfracen—, sino para amnistiar hechos! En síntesis, el referéndum. En plural.

Quien lo explicaba lúcidamente era el profesor Joan Queralt: "Se amnistían HECHOS, no personas. Seamos serios, que la causa lo es mucho". Queralt es una de las personas que más ha teorizado y defendido la amnistía —además de la autodeterminación— como grandes objetivos del independentismo a través del diálogo y la negociación políticos. Un diálogo y una negociación que han sido vilipendiados hasta la extenuación por la dialéctica del pit i collons.

El problema de los ataques de cuernos —siempre infinitamente peores para quien los sufre que no para quien los provoca— es que te empujan a hacer el ridículo, cuando no a tomar decisiones del revés. La reacción del ofendido suele ser siempre entre colérica y de despecho. Ambas te retratan.

En esta ocasión, la dirección republicana —con Marta Rovira al frente— lo ha bordado. Los querían fuera del terreno de juego y se han reubicado con un inesperado jaque al rey que ha dejado la partida lista para sentencia a la espera de que Waterloo escenifique que la última palabra siempre es la suya antes de dar luz verde.

El acuerdo —bendecido por todos los actores— era inminente la semana pasada. De repente, paradójicamente, se enfrió. Waterloo lo quería anunciar a bombo y platillo a media semana. Lo suspendió, como suspendió aquella rueda de prensa de octubre del 17. Veremos cuántos días dura la rabieta y qué conejo se sacan de la chistera delante de todos aquellos a los que habían vendido la moto del bloqueo entre otros brindis al sol. O bien si en un inverosímil ataque de dignidad, mientras se rasgan las vestiduras, deciden dar una patada a la mesa y mandarlo todo al diablo al grito de nosurrender. El acuerdo está hecho. Ahora solo se trata de saber cuánto quieren hacer durar la incertidumbre con el repique de los platillos.