El patriarcado se granjeó una victoria más en su haber hace apenas unos días, cuando, un yogurín rubio como un dios nórdico, de mirada azul penetrante y con una enorme sonrisa, decidió detener su camino y sostener la puerta para permitirme el paso. Es lo más bonito que me ha sucedido en todo 2017.

El feminismo moderno anima a las mujeres a quejarse de los hombres, de la brecha salarial y de prácticamente cualquier aspecto de nuestra vida social y personal desde posiciones tan sexistas que resulta complicado que nos lo tomemos en serio. El odio a los hombres –que se multiplica cuando estos responden con desprecio– constituye el mejor ejemplo de cómo el feminismo político ha alcanzado su cénit y pronto empezará a caer en picado.

El odio a los hombres constituye el mejor ejemplo de cómo el feminismo político ha alcanzado su cénit y pronto empezará a caer en picado

Resulta sorprendente que haya quien defienda la igualdad escudándose en el victimismo fácil de la mujer y en la caricaturización del hombre por el simple hecho de serlo. Piensa en la cantidad de neologismos que se han inventado para describir – y hacer mofa – de actitudes que no son esencialmente masculinas. Llamamos manspreading a que un hombre se siente con las piernas separadas en el transporte público, pero no tenemos ninguna palabra para definir a las mujeres que hacen exactamente lo mismo. Cuando un hombre rebate a una mujer se le acusa de mansplaining. Y así todo. En fin, que es difícil imaginar cómo se puede defender la igualdad de género ridiculizando el sexo masculino.

La tesis más peligrosa del feminismo moderno consiste en creer que las mujeres occidentales estamos oprimidas por agravios que en realidad cualquier ser humano debe soportar. Concibe la identidad femenina como un cúmulo de ofensas, desaires y daños. No se preocupa de combatir el sexismo, la violencia o las agresiones, sino que sitúan en el centro de la lucha feminista el combate contra las insinuaciones, la grosería o cualquier comportamiento que pueda achacarse a la inmadurez o a la mala educación más allá de cualquier lectura de género interesada.

Cuéntame cómo hablar en femenino genérico ayuda a la lucha por la igualdad de las mujeres. Si éste es el rostro público del feminismo, yo me bajo

Por favor, un poquito de perspectiva. Se pueden reconocer los obstáculos que las mujeres hemos superado para alcanzar una relativa igualdad de oportunidades sin necesidad de convertirnos en víctimas. Hasta resulta ofensivo si se piensa en la flagrante desigualdad que todavía existe en otras partes del mundo, donde las mujeres todavía luchan por cosas tan elementales como su derecho al voto o salir de sus casas sin la compañía de un hombre de su familia. Cuéntame más sobre cómo un hombre de mediana edad con corbata constituye una amenaza para mi integridad como mujer. O cómo hablar en femenino genérico ayuda a la lucha por la igualdad de las mujeres. Si éste es el rostro público del feminismo, yo me bajo.

La facilidad con que el feminismo ha abrazado estos y otros argumentos igualmente defectuosos, falaces e hipócritas me lleva a creer que el movimiento está llegando a su apogeo. Los fracasos del feminismo moderno chocan con los objetivos que solía defender: asegurarse de que las mujeres son reconocidas, apreciadas y valoradas por sus mentes y capacidades, no por lo que tienen entre las piernas. A veces pienso que si las sufragistas hubieran sabido en qué se ha convertido la lucha feminista, se habrían quedado en casa.