El arzobispo de Tarragona, Joan Planellas, conmemoraba en las páginas de La Vanguardia el retorno –mayo de 1978- de los restos mortales del cardenal Vidal i Barraquer, némesis del franquista y defensor de la Cruzada Nacional, el cardenal Enric Gomà. Honra al arzobispo recordar el retorno de los restos, y tal vez la brevedad del espacio no lo deja explicarse tanto como querría.

El cardenal Vidal salvó la vida gracias a la intervención providencial y enérgica del president Companys —este hecho se omite muchas veces— y murió en exilio suizo, condenado por Franco y con la aquiescencia del cardenal Gomà.

Aunque tuvo que ser evacuado por Companys para salvar la vida ante las hordas que, en nombre de la revolución, perpetraron un crimen tras el otro, el cardenal siguió defendiendo la legalidad republicana ante el papa, leal a sus creencias y al mensaje evangélico.

Hubo que esperar que muriera el dictador para cumplir el deseo del insigne cardenal de descansar en Catalunya, concretamente en Tarragona, en la cripta de san Fructuós de la que en tiempo de la República era la primera catedral. Todavía no ha sido posible hacer lo mismo con los restos de su vicario general, Manuel Borràs, que como Vidal i Barraquer fue secuestrado el 21 de julio. Borràs fue una de los miles de víctimas de la criminal borrachera de sangre de aquel verano de 1936, para deshonra de la República y de la revolución, prestando un argumento al franquismo que le dio oxígeno a escala internacional.

Es triste que todavía hoy la iglesia catalana no haya reconocido el papel del president Lluís Companys, que se hartó de salvar vidas de las garras asesinas de los llamados incontrolados.

Es chocante que todavía hoy no podamos decir las cosas por su nombre, que no se pueda hablar claro y condenar el papel del grueso de una jerarquía eclesiástica que abrazó el franquismo y que incluso justificó sus crímenes, como el obispo de Zaragoza, Rigoberto Domènech, entre muchos otros. La pervivencia de esta corriente integrista es precisamente lo que empujó al padre Hilari Raguer a escribir una biografía exhaustivísima de Vidal... y más recientemente Ser independentista no és cap pecat  ante una Conferencia Episcopal que en el 2012 consagraba como un valor moral la unidad de España.

Es triste que todavía hoy la iglesia catalana no haya reconocido el papel del president Lluís Companys, que se hartó de salvar vidas de las garras asesinas de los llamados incontrolados. De Companys, y de consellers como Ventura Gassol, España o Corachan. El desdichado president Companys salvó también vidas como la del integrista obispo de Girona Cartañá, que no es que fuera afecto al franquismo, es que mezquinamente no dejó de combatir la República y su gente en nombre de Dios. Rabiosamente afecto a la Cruzada Nacional, empujó la guerra tomando partido a las antípodas de nuestro cardenal.

La desgracia es que Vidal i Barraquer no fue la norma, sino la excepción, para vergüenza de una jerarquía eclesiástica que se alineó con aquel macabro grupo de militares africanistas que asaltaron el poder a sangre y fuego. El mejor homenaje a la fe, dignidad y comportamiento de Vidal i Barraquer sería precisamente abrazar sus valores y desterrar para siempre los otros que lo combatieron, con la generosidad y amor al prójimo que requiere también reconocer a Lluís Companys, president de Catalunya.