Los asuntos del corazón funcionan como un escaparate de miedos, ilusiones y justificaciones y cada uno hace orfebrería con su sentido moral para amoldarlo a sus deseos. Los infieles, los cornudos y los traicionados confluyen al condenar la historia de alguien más porque, al fin y al cabo, necesitan acordarse de que cuando la historia era la suya hicieron todo lo que podían, tenían motivos para hacerlo o no eran culpables de nada. Nadie quiere cargar para siempre con el dolor y la ira de haber sido engañado o con el dolor de haber causado dolor. El jueves utilizamos una sesión de Bizarrap para perdonarnos las faltas de nuestra historia a nosotros mismos. En un ejercicio de expiación colectiva, pocos se quisieron perder la oportunidad complaciente de sentir que si sus aleluyas se cantaran en voz alta en la plaza del pueblo, entre los gritos del gentío se oiría como mínimo un comentario a su favor: no te lo merecías; hiciste lo que sentías; la responsabilidad no era tuya porque tampoco lo era el compromiso.

La mayoría de juicios que hemos emitido sobre Piqué y Shakira no hablan de ellos, hablan de nosotros

El camino más fácil y rápido para devolver la calma a la conciencia es negar la falta. O blandir el derecho —que no se sabe de dónde sale— de cometerla. La cabeza nunca es tan inteligente como cuando quiere esquivar la culpa, ni tan creativa como cuando construye escenarios donde las responsabilidades no existen. El instinto de supervivencia se impone automáticamente cuando se trata fabricar excusas que protejan de la humillación, una humillación que nace de reconocer la propia pobreza moral. Hay una energía casi inconsciente que el cerebro invierte en exculparse cuando alguna carga nos persigue y el trabajo es para quien quiere deshacer el caminito y decir: Me equivoqué. Sin ningún pero.

La cabeza nunca es tan inteligente como cuando quiere esquivar la culpa, ni tan creativa como cuando construye escenarios donde la responsabilidad no existe

No tener definidas las casillas del bien y del mal tiene dos trampas: la del relativismo y la de la severidad del juicio. Ambas son paralizantes. La primera impide ver más allá del egoísmo, porque si nada está bien y nada está mal, nos negamos el espacio para crecer en la autoconciencia y solo cultivamos el espacio de nuestros deseos. La segunda es un ataque a la autoestima, porque si la consideración que nos hacemos es implacable, corremos el riesgo de pensar que no tenemos remedio. La equidistancia moral es un pozo de justificaciones que nos hace incapaces de asumir las consecuencias de aquello que hacemos, como lo es la inclemencia con nuestros desaciertos, porque no se puede hacer mucho con la mirada pequeña sobre uno mismo.

La equidistancia moral es un pozo de justificaciones que nos hace incapaces de asumir las consecuencias de aquello que hagamos, como lo es la inclemencia con los desaciertos

Dice Rodoreda en Mirall Trencat que "dentro de la conciencia cada uno está solo consigo mismo". Si la conciencia es un lugar, una habitación de donde se puede entrar o salir, los paralizados son los incapaces de realizar este tráfico. Entre los que siempre hacen callar a su tribunal para zafarse de la sentencia y los que quedan atrapados en el eco de la habitación, pueden estar los que entran, se escuchan, y salen para actuar en consecuencia. Esto parecía un artículo para hablar de Piqué y Shakira y no es un artículo para hablar de Piqué y Shakira, igual que la mayoría de juicios que hemos emitido sobre ellos no hablan de ellos, hablan de nosotros.