Pere Aragonès anticipó las elecciones después de que los comunes rechazaran sus presupuestos. Los republicanos habían partido peras con el independentismo (Junts per Catalunya y la CUP), mandando al carajo aquella tan y tan publicitada proclama que aseguraba que éramos a la legislatura "del 52%". Pero la ruptura definitiva no se produjo con el independentismo, sino por la izquierda, con los comunes de Jéssica Albiach y Ada Colau. ERC quedaba totalmente aislada en el Parlament, con únicamente con los socialistas como socios.

Es cuando Albiach deja claro que no darán apoyo a los presupuestos —esgrimiendo el Hard Rock, una excusa que parece bien peregrina—, cuando ERC decide activar el Plan B. Antes ya había reorganizado y reforzado su equipo de comunicación, en la Generalitat y en el partido, una maniobra que servía tanto por si aguantaban en el Govern como por si se precipitaban las elecciones. (Los políticos tienden peligrosamente a pensar que, si las cosas no van bien, no es porque no lo estén haciendo bien, sino porque, aunque lo hacen bien, no comunican o no se explican lo bastante bien). Con el 'no' a las cuentas de la Generalitat, Aragonès opta por las urnas, lo que es a la vez un reconociendo de que el Govern no ha remontado el vuelo como era su objetivo. De esto hablé no hace mucho en ElNacional.cat, en un artículo que se titulaba '¡Trata de arrancarlo, Pere'!.

Calculan que las cosas no mejorarán y también piensan que, convocando antes de que la amnistía entre en vigor, cogerán a Junts y a Carles Puigdemont a contrapié. Aragonès decide, pues, jugársela e intentar hacer "un Pedro Sánchez". Eso implicaría obtener un buen resultado, primero, y, a continuación, gracias a la aritmética electoral y a los pactos, seguir presidiendo la Generalitat. Quien haría el papel de Feijóo en esta repetición de la película sería, naturalmente, Salvador Illa, que es quien ha salido como favorito en la carrera de las elecciones del 12 de mayo. El problema, claro está, es que Aragonès no es Pedro Sánchez. Y eso tiene un lado bueno, claro, pero también otro no tan bueno.

Aragonès opta por las urnas, lo que es a la vez un reconociendo de que el Govern no ha remontado el vuelo como era su objetivo

Aragonès ha arrastrado desde el primer minuto el problema de ser visto como un presidente tutelado por Junqueras y el partido, de ser un presidente por delegación. De hecho, a él lo puso Junqueras, como en su día Puigdemont puso a Quim Torra. Aragonès, 41 años, nunca ha podido librarse de la imagen de ser un número dos —un gran número dos, quizás—, pero no un número uno. Ligada a eso, está la propia personalidad de Aragonès. El president tiene muchas virtudes. Es serio, arreglado, responsable, trabajador, etcétera. El problema es que todas estas virtudes no son suficientes. Al de Pineda de Mar le ha faltado liderazgo. Liderazgo adentro y liderazgo afuera, de cara a la gente. La impresión es que es alguien que hace demasiado caso a sus asesores y expertos en comunicación y que, disciplinado, siempre, siempre, acaba actuando según aquello que dicta el manual. Sin embargo, justamente, ser líder, el carisma, se consigue cuando el político no es visto como un mero actor, más acertado o menos, sino cuando es percibido como alguien real, "auténtico".

Cabe decir que el final repentino de la legislatura ha sido facilitado por otros factores. Uno de ellos es estructural. A Esquerra, a pesar de la mejora, le siguen faltando cuadros, es decir, personas realmente preparadas y dispuestas a asumir responsabilidades en las distintas áreas en las que el partido tiene presencia. Eso ha seguido siendo un lastre, pese a la incorporación al ejecutivo de la Generalitat de gente externa, como Joan Ignasi Elena o Carles Campuzano. Después están también los distintos reveses que han sufrido Aragonès y su gobierno. Desde la esterilidad de la mesa de diálogo con el gabinete de Pedro Sánchez, hasta el caos de las oposiciones, pasando por la propuesta de "acuerdo de claridad", que tuvo que ser enterrada en el fondo de un cajón. Tampoco ha brillado el gobierno catalán a la hora de afrontar las crisis que se han sucedido. La reacción ante los muy mal resultados del informe PISA es un ejemplo, pero también, entre otros, la forma de abordar el actual enfrentamiento con los trabajadores de las prisiones. La sequía que tenemos encima amenazaba en convertirse en una trampa mortal para el gobierno de ERC.

Aragonès calculó que no valía la pena resistir, y que tendría más opciones de seguir liderando el gobierno de la Generalitat adelantando las elecciones. Que era más fácil que Aragonès fuera reelegido si mataban la legislatura que empezó como la "del 52%". Pero, ¿tiene alguna posibilidad real Aragonès de mantener la presidencia de la Generalitat? Sí, pero es difícil. Para triunfar, ERC debería ganar —la mejor opción— o, si no, al menos quedar por delante de Junts. En caso de que eso no ocurra, Aragonès lo tendrá complicadísimo —aunque hoy en día nada es imposible— para revalidar el cargo. Si Aragonès no sale adelante, le tocará entonces a Junqueras intentar convertirse en president del gobierno de Catalunya.