Que el actual cenáculo de la partidocracia catalana es un grupo de políticos con el espíritu y el ideario absolutamente caducados lo manifiesta muy bien la remodelación del Govern que ha urdido Pere Aragonès. Hay que hilar poco delgado para darse cuenta de que Molt Honorable se ha disfrazado de Artur Mas con tal de emular la fórmula de la Casa Gran del catalanismo en versión progre. La gracia del tema es que, como medida para exprimir ideas cada vez más inoperantes y con el fin de fichar antiguas celebrities de la sociovergencia, Aragonès se ha visto obligado a apretar el tenedor con la fuerza de un titán para desenganchar el arroz más chamuscado de la sartén. Así se explican las incorporaciones de Quim Nadal, que justo hacía tres semanas juraba que no volvería a la política por motivos de edad, Carles Campuzano, un hombre que nació jubilado, y la triste, pobre y desdichada Ubasart, que para no quererla no la necesitaban ni en Podemos.

La degradación de la apuesta masista para ampliar la base se ha visto en el mismo lenguaje con que el president nos ha intentado vender la moto, recordando a sus nuevos consellers que tienen que gobernar para "la Catalunya entera" (algo que no existe, de la misma forma que son irreales y ficticias la Catalunya "incompleta", "parcial" o "semidesnatada") y mediante un espíritu "vía ancha". Como sabemos los expertos en el arte retórico del procesismo, cuando el Olimpo de nuestros políticos quiere disimular su falsía, siempre inventa una expresión pretendidamente llamativa: repasad, y ya sé que hace daño repasar, expresiones como "estructuras de Estado", "pacto fiscal", "ni un paso atrás" y etcétera. La pretensión de Aragonès es calcada al Astuto: mientras no tienes ninguna intención de hacer la independencia, tu único objetivo consiste en perdurar en el Govern y regalar sueldos a toda la militancia.

Mientras no tienes ninguna intención de hacer la independencia, tu único objetivo consiste en perdurar en el Govern y regalar sueldos a toda la militancia.

Si Aragonès estuviera solo en esta empresa podría alargar la fiesta muy poco, pero cuenta con dos colaboradores de lujo con idénticas pretensiones de eternidad. Primero está Junqueras que, como buen historiador, conoce muy bien la táctica pujolista que mantuvo a Esquerra bajo los tacones de CiU durante décadas: se tratará básicamente de pintar a los herederos de Convergència como un grupo de temerarios encendidos, si hacen falta trumpistas; cabe decir que Junts le está facilitando este gesto con una oposición muy atolondrada y delirante (Laura Borràs, por ejemplo, ya ha empezado a hablar sobre sí misma en tercera persona). A su vez, Junqueras ha gestionado muy bien los indultos con Pedro Sánchez y, con gran paciencia, ha transformado a Gabriel Rufián de un performer que llevaba fotocopiadoras al Congreso a un auténtico hombre de estado capaz de garantizar la pax autonómica española.

Por otra parte está Salvador Illa, quien ya ha declarado que no tiene ningún tipo de prisa por convertirse en president de la Generalitat. Eso pasa por un factor contingente como es la estabilidad parlamentaria española, que depende del pacto PSOE-ERC, pero también por un factor todavía más importante de recordar: a los socialistas nunca les ha interesado la Generalitat, pues cuando sus políticos desembarcan en esta musculan el catalanismo nacionalista de toda la vida y empiezan a fastidiar a la gente de Madrid con la matraca de la disposición adicional tercera, la decrepitud de Rodalies, y toda una serie de pollas en vinagre que a los barones de la capital les da una pereza supina. En este contexto, y con un Parlament que es inoperante hace años, Aragonès podría ir tirando con la calma, aprobando alguna ley de contenido social para disimular, esperando que la gente de Junts se acabe destruyendo todo solita.

Todo eso sería el caso si la política catalana fuera una cosa únicamente de partidos. Pero a menudo olvidamos que los electores también tienen fuerza y hay que recordar por enésima vez que los votantes independentistas tienen una memoria muy viva del 1-O, lo cual es especialmente cierto para los electores de ERC, los cuales, como ha recordado con acierto Oriol Junqueras, estuvieron mucho más implicados en el referéndum que la convergentada de Puigdemont. Es por eso que ni toda la astucia masista de Aragonès ni el cinismo pujolista de Junqueras conseguirán el chantaje con que la antigua CiU apaciguó durante décadas las ansias de libertad. Antes de conocer la formación de Govern, ya avisé de que Esquerra acabaría perforada desde dentro, como ha pasado con Convergència. La ensalada gubernamental de sociatas, convergentitos y podemitas hace que me lo piense más. Acabarán destruidos por sus propios votantes.

A tal efecto, os lo recuerdo una vez más. No los votéis: nunca más.