No tengo tiempo acostumbra a ser la excusa o el argumento que más usamos los seres humanos. A veces está para justificarnos ante otras personas. A veces, es para engañarnos a nosotras mismas. En cualquiera de los dos casos la frase no suele ser del todo verdad, por no decir que es más bien falsa. Este pretexto recurrente que todo lo resuelve, esconde detrás de él toda una serie de razones y realidades, cada una más original o cruda. El caso es, sin embargo, que cuando decimos no tengo tiempo suele ser más falta de voluntad que de tiempo, aunque sea verdad que nuestra agenda echa humo. Otro tema sería cómo y de qué lo llenamos.

Cuando hablamos del tiempo no tendríamos que hacerlo solo en términos de cantidad. En este caso, la calidad es esencial porque, si no, el tiempo en sí mismo, lo que sería el tictac puro y duro, no tendría más mérito que el de ir avanzando —que no es poco— o el de ir descontando, depende de cómo se mire. Solemos encontrar días para aquello que realmente queremos, tanto puede ser una partida de pádel a horas intempestivas, como una sesión golfa si nos gusta el cine, como una cena de amigas. Estos tres mismos ejemplos cogidos al azar, agraciados ahora con nuestra dedicación, podrían exactamente haber caído en desgracia y, por la misma razón (el tiempo), caer de la lista. Todo va de prioridades. Y de momentos.

En paralelo vemos hacer, deshacer y rehacer rotondas por errores de cálculo en el trazado del alumbrado. Somos testigos de cómo se levantan y se tapan calles por conexiones subterráneas mal previstas. Asistimos a obras que tapan anteriores trabajos por el simple hecho de que quien los había hecho era el cargo de otro partido, ya desbancado del poder. Por no hablar de los trenes que se encargan construir y después resulta que no caben en los túneles por donde tienen que pasar o de los millones de vacunas que están a punto de caducar sin haber sido inoculadas.

Si la animalada de dinero perdido en todas estas chapuzas tuviera que salir del bolsillo del político de turno y no de la del ciudadano, tal vez se lo pensarían más antes de malgastar aquello que no solo no es suyo sino que es de todos. Y si estas situaciones generan malestar porque la evidencia clama al cielo y a nadie le gusta que se malgastan recursos, ¿qué hace que cuando lo que nos roban no es dinero sino tiempo no reaccionemos con la misma vehemencia? Quizás el hecho que los minutos y segundos sean intangibles no contribuye a dimensionarlos. Quizás si los dígitos de nuestro número de cuenta fuesen días de fiesta que nos regalan lo veríamos diferente.

Es lo más preciado que poseemos y no cuesta dinero, porque es inmaterial, ni tampoco vale su peso en oro, porque no pesa

El patrimonio más importante que tenemos es nuestro tiempo. Somos tiempo, que sin él no tendríamos el continente que nos permite vivir el contenido que escogemos poner dentro. Es lo más preciado que poseemos y no cuesta dinero, porque es inmaterial, ni tampoco vale su peso en oro, porque no pesa. Ninguna balanza sabe decirme su valor, pero ninguna generación ha osado renunciar a él. Deseamos conseguir más y sabemos que si añadimos a un lugar lo tendremos que recortar de otro. Y como somos conscientes de que es finito e irreemplazable, no nos gusta que nos lo hagan perder —que ya no tenemos edad— ni en llamadas publicitarias a deshora, ni en atascos en carreteras mal diseñadas, ni en comportamientos inmaduros, ni en trenes que siempre van tarde, ni en años de injusta prisión.

Aprecio mi tiempo aunque, como el afecto, no sea igual de valioso si no puede ir sincronizado con otros relojes que también quieran detenerse en el mismo momento para disfrutar al mismo tiempo. Requerimos tiempo de vida para dedicarlo a las personas que amamos, para el amor, incluido el amor propio: momentos para cuidarte tú, tu cuerpo, tu alma. Tiempo para nosotros, para escuchar música y no solo oírla, para regalar emoción y visitar a amistades y familia, no solo llamarles. Ratos para pensar. Para distraerse. Para mirar el mar, la nieve. Las vacaciones también son tiempo, como lo es el silencio. Me gusta pensar que el sueldo que nos ganamos cada mes es por las horas que dedicamos en el trabajo, más que por los conocimientos que tenemos. Decir no tengo tiempo es decir no soy libre. Por eso con el salario compramos tiempo porque el tiempo es libertad.