El gobierno de Pedro Sánchez tropieza contra sí mismo, su propia debilidad y la mutua desconfianza con su socio prioritario, Podemos, y se muestra incapaz de sacar adelante un asunto tan nimio como su propio decreto para RTVE. Alguien que tuviera la cabeza puesta donde debe y quisiera hacer política en Catalunya, estaría poniendo orden y fijando las prioridades para los compromisos y acuerdos que debería tener asegurados de antemano antes de comprometerse a un apoyo que se ha demostrado imprescindible e irreemplazable.

El juez Pablo Llarena y el Tribunal Supremo se apuntan al ridículo intergaláctico al retirar las euroórdenes en Alemania, Bélgica, Suiza y Escocia, ante la evidencia de que ninguna jurisdicción europea va a dar cobertura ni a la disparatada instrucción, ni a la enloquecida acusación de rebelión. Como dirían en Madrid, un tribunal “regional” alemán ha provocado una reacción en cadena jurídica que acabará, inexorablemente, en el derrumbamiento de toda la causa penal. Alguien que tuviera la cabeza puesta donde debe y quisiera hacer política en Catalunya, estaría movilizando todos sus recursos para precipitar el fin de la ignominia de que Oriol Junqueras y los demás presos sigan en la cárcel en aras de una causa que va a ninguna parte.

El nacionalismo catalán parece inclinarse por desaprovechar todas y cada una de las oportunidades para hacer política que le depara el nuevo escenario estatal o las novedades judiciales para concentrarse en la derrota final del enemigo interior

En el Consejo de política fiscal y financiera, la mítica solidaridad interterritorial, teóricamente garantizada por los constitucionalistas como coartada para todo frente a la no menos mítica insolidaridad nacionalista, se topa de bruces con los intereses partidistas y el voto dividido de populares y socialistas, más preocupados por convertir las décimas extra de déficit en un arma electoral que en una herramienta que sirva para resolver problemas. Alguien que tuviera la cabeza puesta donde debe y quisiera hacer política en Catalunya, estaría ya preguntándose a qué viene tanto interés en que asista el Govern a esos consejos si, al final, solo se trata de hacer de espectador en otro teatrillo a mayor gloria de populares y socialistas.

En lugar de estar a lo que habría que estar, el nacionalismo catalán parece inclinarse por desaprovechar todas y cada una de las oportunidades para hacer política que le depara el nuevo escenario estatal o las novedades judiciales para concentrase en la derrota final del enemigo interior. Los socios de gobierno han decidido tropezar contra sí mismos y su mutua desconfianza, emulando en el Parlament las operetas parlamentarias que van copando la temporada en el Congreso español. En el PDeCAT tampoco han querido ser menos y también se han apuntado a la moda de tropezar consigo mismos y pelearse contra sí mismos en una asamblea tan tensa y dramática que puede acabar convirtiendo el Congreso del PP en un entrañable baile de antiguos alumnos. La capacidad del nacionalismo catalán para pegarse tiros en el pie, solo superada por la del nacionalismo gallego, jamás dejará de sorprenderme.