Antes de este mismo verano, cada vez que se pedía votar en Catalunya la única respuesta era no. Para sostener la negativa los autoproclamados partidos constitucionalistas, especialmente Partido Popular y Ciudadanos, invocaban solemnemente la defensa del mismo Estado español que ahora arrastran por el lodazal cada vez que el comisario Villarejo les dice que salten. Para mi, continúa siendo un misterio cómo ha podido sobrevivir el Estado español a la única derecha europea que pone en peligro a su Estado todas las veces que tiene ocasión.

La moción de censura y el cambio de gobierno nos trajeron la decisión de volver a hablar. A la vuelta del verano ya estábamos discutiendo qué había que votar. Más autogobierno, decían en Moncloa; autodeterminación, recordaban desde el Palau de la Generalitat. La cosa iba tan bien que se llegaba a acuerdos en la comisión bilateral, los arrebatos dialécticos de populares y Ciudadanos no pasaban de fuegos de artificio y hasta Josep Borrell salió a decir que le parecía mal la extemporánea y desmesurada prisión incondicional de los presos catalanes, que el juez Pablo Llarena mantiene sin más argumento que su autoridad.

Por razones que se me escapan, Pedro Sánchez ha decidido que Nueva York era un buen lugar para recordarle a los independentistas que o cooperan o elecciones

Estaba claro, no podía durar. La afición al drama tira mucho en la política española y catalana. Por razones que se me escapan, Pedro Sánchez ha decidido que Nueva York era un buen lugar para recordarle a los independentistas que o cooperan o elecciones. Se entiende que se sienta expuesto tras esa especie de Gran Hermano VIP que se empeñan en protagonizar sus ministros, incluso que le pueda la necesidad de avisar a sus socios que no se exciten con el olor de la sangre. Pero esas cosas se hacen en privado y discretamente. Ni era el lugar, ni era el momento, ni hacía falta avisar cuando las cosas iban rodando a su ritmo.

La respuesta del president Torra nos ha traído una mala noticia y una buena. La mala noticia es que volvemos al “y tú más”  y, si alguien no lo evita, se corre el riesgo de volver a enredarnos en otra Champions League de reparto de culpas; más aún con el aniversario del 1-O. La buena noticia es que ha aprovechado para poner en la mesa el ejemplo del acuerdo entre Quebec y el estado canadiense. Ya tenemos una idea para empezar a hacer realidad ese consenso sobre la necesidad de votar. Sigan hablando. No se distraigan, que esto es importante.