Esto se mueve. Aunque no lo parezca, sin embargo se mueve, que diría Galileo. La fallida sesión de investidura de Jordi Turull, convocada en medio de la habitual escandalera de una oposición que ha convertido el escándalo en normalidad y ha hecho de adoptar la pose de una sobreactuada “drama queen” un estilo, ha despejado el camino mucho más de lo que pueda parecer.

A pesar del empeño de volver a tupirlo por parte del juez Pablo Llarena, el Tribunal Supremo y esos autos que, dentro de unos años, figurarán en la antología de las pesadillas jurídicas, la política avanza en Catalunya. Quién sabe dónde estaríamos ya y lo rápido que iríamos sin el pesado lastre de los manifiestos excesos de una instrucción penal basada en meras suposiciones, prejuicios y una selección perversa de hechos puramente circunstanciales. Antes o después el abuso de la prision se acabará volviendo contra el juez Llarena.

La primera gran novedad política reside en que el reloj por fin está corriendo. El bucle ya no puede alargarse más. Los días para llegar a acuerdos y formar gobierno están contados y pasan mucho más rápido de cuanto pueda parecer. Los diferentes jugadores ya no pueden sentarse a esperar pacientemente a que los demás descubran sus triunfos y sus faroles. Ahora no queda otra que jugar cada uno su mano.

La segunda gran novedad es que, ahora, ya no le salen los números a nadie, tampoco a los nacionalistas. La mayoría nacionalista ni se ha renovado, ni está asegurada. Desde hoy, se negocia teniendo sobre la mesa la certeza del divorcio. La CUP no se ha ido a tomar el aire, se ha ido a la oposición dando por rematado al procés.

La abstención de la CUP representa el primer afloramiento de un dilema estratégico: quienes creen que lo prioritario es recuperar las instituciones para poder reiniciar la acción institucional y quienes creen que la mejor opción es seguir forzando al Estado

La ruptura cupera debe mucho a las limitaciones impuestas por los excesos judiciales a la hora de buscar candidato a president. Pero la razón principal debe buscarse, por una vez, en los programas y no en las personas. La abstención de la CUP representa el primer afloramiento de un dilema estratégico, señalado aquí en varias ocasiones: quienes creen que lo prioritario es recuperar las instituciones para poder reiniciar la acción institucional y quienes creen que la mejor opción es seguir forzando al Estado hasta que no le quede más remedio que negociar.

La tercera gran novedad reside en la constatación evidente de que no existe alternativa a la propuesta nacionalista. En Catalunya o hay gobierno nacionalista o no hay gobierno, y desde ayer resulta cada vez más patético escuchar a PP, PSOE o Ciudadanos culpar a los nacionalistas de su incapacidad para formar lo que ellos mismos llaman una “alternativa constitucionalista”.

La cuarta novedad la aporta que la candidata del partido más votado, Inés Arrimadas por Ciudadanos, ya no tiene excusa para no intentar la investidura. El reloj está corriendo y a los demás tampoco les salen los números, así que le corresponde la obligación de intentarlo. O lo hace, o demostrará ante sus votantes que la victoria de la formación naranja que tanto reivindican no ha servido absolutamente para nada.