Sólo con mucha biodramina puede uno surcar sin marearse el proceloso océano de encuestas publicadas el último día posible antes del 21-D. Proveerse de analgésicos potentes para el dolor de cabeza que puede generar semejante baile de números parece una más que sabia decisión.

Para intentar una interpretación razonable de semejante carrusel de porcentajes, horquillas y cálculos de mayoría y minorías, lo primero sería distinguir en todos los sondeos publicados aquella parte que, o parece puro “wishful thinking”, o claramente responde a una apuesta personal de los autores, de aquella otra parte del estudio que se ajusta realmente a las exigencias de la demoscopia científica. El sondeo de autor es una cosa y el sondeo demoscópico es otra. Ambos pueden acertar, pero no se llevan bien entre sí porque la ciencia suele tener la mala costumbre de contradecir con demasiada frecuencia tanta pasión creativa.

En el caso particular del 21-D resulta llamativo cómo la participación se ha convertido en un comodín que parece servir para justificar toda clase de previsiones, augurios y pronósticos, por muy estrambóticos o poco intuitivos que parezcan. Si hacemos caso a las proyecciones, la participación el 21-D no sólo va a resultar un milagro sino que además obrará milagros. Todas las encuestas publicadas se han apuntado a la expectativa de una participación muy alta, por encima del 80%, y una volatilidad también elevada entre las preferencias del electorado, más dentro del voto independentista y del voto no independentista que entre ambos espacios electorales. Todos los sondeos parecen trabajar sobre una certeza estadística compartida y una suposición razonablemente compartida.

Si hacemos caso a las proyecciones, la participación el 21-D no sólo va a resultar un milagro sino que además obrará milagros

La certeza estadística consistente con todos los estudios publicados reside en que los votantes nacionalistas y soberanistas van a volver a acudir a las urnas en bloque y con la misma intensidad que en 2015. Van a votar esta vez y parece claro que votarán las veces que haga falta. Ni desánimo, ni desmovilización, ni desconcierto, ni lamentaciones. En cuanto a la transferencia entre partidos nacionalistas, amortizado el impacto de la presencia virtual de Puigdemont en campaña y pagado el coste de tener a su candidato en prisión, ERC recupera el liderazgo a lomos del voto útil nacionalista, JuntsxCat se resiente de centrarlo todo en un candidato que no puede volver y la CUP se consolida como la gran pagana del procés.

La suposición razonable asume que el voto no nacionalista se va a movilizar de una manera histórica mientras se tiñe de naranja cada día un poco más. Algo que los datos permiten suponer pero no confirmar excepto en lo que respecta al liderazgo de Ciudadanos. De hecho, la campaña parece haber servido para congelar la movilización más que para activarla o ampliarla. Tampoco parecen buenas noticias para la participación de ese voto que sean quienes más aportan al colectivo de electores que, o dicen dudar, o prefieren no decir a quién van a votar. En cualquier otra elección les diría que, a menos de una semana de la votación, muchos de esos supuestos indecisos acostumbran a ser gente que no va a acudir a las urnas pero prefiere no decirlo. Pero si algo sabemos todos es que estos comicios no son como otros cualquiera.