El viernes, Josep Suriñach, el padre del famoso vídeo del bebé y las llamas en Barcelona, llamó a mi amigo Don Jordi Basté para quejarse de la utilización partidista de su imagen y la de su hija y la persecución en modo paparazzi a la que se sentía sometido. No le conozco y me alegra de que ambos estén bien. Solo quiero decirle que habló con enorme sensatez.

"No les importamos", dijo sin levantar el tono de voz para quejarse del uso carroñero de su imagen hecho por Albert Rivera, Lorena Roldán y todos los demás políticos que, ávidos de su minuto de gloria, corrieron a convertirle en víctima y héroe sin pedirle permiso o preguntarle siquiera cómo estaba su hija. "Sólo quieren la foto", remató, para acabar de ponernos a todos en nuestro sitio.

Salió en la radio a decir eso que cualquier persona sensata y con un mínimo de empatía y responsabilidad sabe: que no se deben hacer lecturas oportunistas e interpretaciones partidistas del miedo de un padre a que pueda pasarle algo a su hija. En su tono y su actitud se condensó un manual de liderazgo que recomiendo encarecidamente a todos los políticos en el ruedo, especialmente a Quim Torra y Pedro Sánchez. En los diez minutos que duró su testimonio se desgranó la metáfora más potente de cuanto está sucediendo en Catalunya. Todo vale, todo es accesorio, todo es utilizable y desechable para exhibirlo como la prueba definitiva que sirva para incriminar al otro, declararle culpable, deslegitimarle como interlocutor y negarle cualquier posibilidad de compromiso. Caiga quien caiga y cueste lo que cueste porque, efectivamente, solo importan ellos y sus objetivos.

Una de las herencias que perviven del franquismo y los años de terrorismo consiste en tratar de convertir en violento todo aquello que discrepe o desafíe el orden establecido para evitar tener que darle una respuesta

Lo peor de todo es que les funciona. El objetivo se ha cumplido. No se habla de una sentencia con chapuzas tan gruesas como nombrar a Dolors Bassa responsable de Ensenyament, con razonamientos jurídicos más que discutibles para redefinir los límites de la protesta y el derecho a manifestación, la desobediencia civil y los delitos de desórdenes, desobediencia y sedición y con una contundencia punitiva cuya proporcionalidad resulta difícilmente justificable. Tampoco se habla de las demandas políticas de los millones de catalanes que han salido, otra vez, a la calle para pedir, otra vez, pacíficamente que se les atienda. O de la incapacidad y la falta de liderazgo de un Govern paralizado por la división y una política estatal empodrecida por el pánico electoral. O de cómo es posible que los Mossos hayan pasado de ser el ejército rebelde a convertirse en las tropas de ocupación en cuestión de horas.

Sólo se habla de violencia, todo lo demás está fuera de la agenda hasta que no cese la violencia, como querían aquellos a quienes Josep Suriñach ha señalado y gracias a la colaboración activa de un solitario president Torra incapaz de sacrificar su protagonismo y la imagen que tiene de sí mismo al sencillo mandato del tío de Spiderman: con un gran poder viene una gran responsabilidad. Una de las herencias que perviven del franquismo y los años de terrorismo consiste en tratar de convertir en violento todo aquello que discrepe o desafíe el orden establecido para evitar tener que darle una respuesta. Pasó con las huelgas contra la LOU, con el Nunca Máis, con el 15-M, con Catalunya… No debería sorprender que se intente. Lo sorprendente es que aún siga funcionando y tantos se dejen arrastrar.