Lo mejor del resultado del 21-D es que se ha acabado para siempre la monserga de la mayoría silenciosa y los supuestos efectos milagrosos de la masiva participación no nacionalista. No hay una mayoría clara en Catalunya, ni silenciosa ni ruidosa. Coexisten dos minorías mayoritarias, cada una de ellas representada por partidos y líderes que solo saben intentar imponerse a la otra y contemplar cómo su alquimia electoral se estrella una y otra vez contra las matemáticas de la realidad. Mientras ambas minorías no se reconozcan mutuamente queda poco que hacer. Y eso es lo peor de los resultados del 21-D, que han ganado aquellos que se presentaron prometiendo derrotar a los otros, no reconocerlos.

Los resultados no son buenos para nadie porque ninguno ha obtenido aquello que buscaba y quería. No se dejen engañar por el marketing postelectoral. Es cierto que el independentismo suma la mayoría absoluta pero el ganador en votos y escaños es Ciudadanos, y eso representa una derrota en toda regla. Tampoco es del todo cierto que los naranjas hayan derrotado al separatismo en las urnas, como dijo esa misma noche un Albert Rivera que no supo resistirse a ser la vedette principal; a no ser que aceptemos que, desde hoy, gobernar con mayoría absoluta forma parte de lo que significa ser derrotado.

ERC no solo no obtiene aquello que buscaba cuando forzó a Carles Puigdemont a renunciar a convocar elecciones, sino que recoge un fracaso espectacular que la relega a tercera fuerza, forzada a elegir entre apoyar a JuntsxCat, arriesgarse a una crisis con su electorado o abrir una crisis interna de imprevisibles consecuencias. Los votos de la CUP ya no son necesarios, basta con su abstención y ya sabemos todos que eso se cotiza siempre a la baja. El expresident ha devuelto dobladas a Oriol Junqueras las jugadas de la última semana de octubre, pero eso no le evita el sofoco de haber quedado detrás de Inés Arrimadas; ser el primer candidato nacionalista en la historia que no gana ni en votos ni en escaños.

Tampoco es cierto que los naranjas hayan derrotado al separatismo, como dijo esa misma noche Albert Rivera, a no ser que aceptemos que, desde hoy, gobernar con mayoría absoluta forma parte de lo que significa ser derrotado

Ciudadanos ha ganado las elecciones, pero no le sirve de gran cosa. Ha clonado la estrategia de confrontación frontal con el nacionalismo que en su día hizo crecer al PP, y eso le ha servido para sumar diputados, pero también ha llegado al mismo destino que los populares: ahora nadie quiere gobernar con ellos. Cierto que se visibiliza que el relevo en el liderazgo de la derecha española puede andar más cerca de lo que parecía, pero también lo es que hace tiempo que el PP no compite en Catalunya sino que usa Catalunya para competir en España. La onda expansiva seguramente no llegue a la sede popular de Génova y buena parte del daño ya estuviera descontado, pero calificar de debacle lo sufrido por los populares es quedarse muy corto.

Mariano Rajoy sale tocado, pero ni será la primera vez que sobrevive, ni tiene alguien en casa que pueda plantearle una alternativa antes de las elecciones generales. No se va a mover ni un milímetro. Pudo decirlo más alto, pero no más claro en su comparecencia: que lo arreglen los partidos catalanes, que él ya ha cumplido.

A los socialistas les ha pesado decir una cosa y hacer lo contraria: del “No es No” a votar con el PP en el Senado y hacerse selfies con Inés Arrimadas y Xavier Albiol; no se puede apoyar el 155 y al tiempo jugar a la transversalidad. Los comuns han recogido lo que han sembrado: Ada Colau prefirió pasar y ver esperando una oportunidad mejor y lo mismo han hecho sus votantes. Atentos, ahora empieza lo difícil.