Como en las carreras largas y disputadas, los corredores del campeonato catalán llegan a la recta final exhaustos y con evidentes síntomas de cansancio. Se cumple una de las condiciones que suelen precipitar los finales: la mayoría de los protagonistas están agotados y ya solo quieren acabar con esto y pasar a otra cosa.

En las filas de los partidos no nacionalistas cunden el desánimo y la división. Tras varios meses de trabajar para Ciudadanos, tanto el PSC y el PP parecen haberse enterado por fin de que solo hay un ganador en esta estrategia de conmigo o contra mí y se llama Albert Rivera. Ciudadanos se ha quedado solo pero ni le importa ni le preocupa. Su estrategia es cuanto peor, mejor. Los comunes se han encerrado en su crisálida y hasta que no rematen su metamorfosis no van a contar para mucho.

El gobierno de Rajoy también se ha cansado de trabajar para los naranjas, penando en un permanente estado de bloqueo para no verse sometido a juicio sumarísimo ante el tribunal de la santa inquisición constitucionalista que preside Rivera. Parece claro que en la Moncloa se ha instalado la filosofía del “laissez faire, laissez passer” a lo que venga de Catalunya dentro de un orden y se abandona poco a poco la estrategia del no a todo, sea lo que sea.

O se pacta un candidato viable y se forma gobierno con la mayoría ya clarificada, o se repiten las elecciones

El PNV también se ha cansado de esperar para aprovechar su posición estratégica y obtener ventajas tan sustanciales como legítimas. El nacionalismo vasco no tiene por qué pagar que el nacionalismo catalán no sepa ponerse de acuerdo. El zasca monumental que le han propinado Rajoy y el PNV a los de Rivera con las pensiones debería figurar por derecho propio en el manual de las jugadas políticas maestras.

En el nacionalismo catalán también se detecta el enorme cansancio acumulado tras cuatro meses de dar vueltas y más vueltas sobre sí mismos. Al president Puigdemont se le acaban las excusas y los argumentos para provocar un repetición electoral mientras sostiene que no desea volver a las urnas. A quienes ven imprescindible echar a un lado a Puigdemont para recuperar el gobierno se les acaban las coartadas para hacerlo mientras proclaman en público su fidelidad más allá del valor y cualquier sacrificio.

Ya no queda más dónde elegir ni dónde correr. O se pacta un candidato viable y se forma gobierno con la mayoría ya clarificada, o se repiten las elecciones. Solo Puigdemont parece dispuesto a asumir el riesgo de repetir comicios y cuando todos menos uno quieren algo, normalmente se impone la mayoría.