Hay que rendirse a la evidencia: España se rompe. Tenían razón al alertarlo primero en el Partido Popular, fundadores y padres de la franquicia, y ahora en Ciudadanos, orgullosos y dignos continuadores de la tradición rompepatrias. España se rompe, pero no por donde ambos avisaban. España se rompe por donde menos se podían esperar, por lo único que siempre les había parecido seguro, un bastión en donde refugiarse cuando realmente les dolía España: el Real Madrid.

En la misma semana en la que descubrimos que Felipe VI tiene mucho que decir sobre cómo deben comportarse Catalunya y los catalanes pero ni una palabra que decirnos sobre su cuñado, Iñaki Urdangarin, camino de la cárcel por corrupto, o que constatamos que el gobierno de Pedro Sánchez, que venía a hacer política, empieza por dejar la decisión de acercar a los presos en manos del juez Pablo Llarena, exactamente igual que hacía Mariano Rajoy, nada ha desestabilizado tanto España como el fútbol. La bandera de la división no era la estelada sino la enseña blanca madridista.

Resulta que la gran amenaza para España no era Carles Puigdemont sino que se ocultaba en Florentino Pérez, el presidente del club blanco. Los traidores no estaban en la plaza de Sant Jaume ni en Berlín sino en el Santiago Bernabéu.

España se rompe por donde menos se podían esperar, por lo único que siempre les había parecido seguro

Resulta que la gran duda sobre el compromiso con los colores de España no estaba en Piqué, ni en los demás jugadores del Barça, sino que anidaba en el seleccionador nacional, Julen Lopetegui, y en el hombre que amenazaba con ponerse a hablar en andaluz, Sergio Ramos, más preocupado de ejercer como enlace sindical de su nuevo entrenador en el Bernabéu que de capitán de sus compañeros de selección.

Tanto decir que la pela era la pela, que lo de los catalanes se arreglaba con dinero, que lo único que querían era no pagar, que eran unos insolidarios que solo iban a lo suyo y va a resultar que los mercenarios se escondían en las mismas entrañas del templo más sagrado del sentimiento español, la Roja, y sus pagadores se acochaban en el único estadio de la primera división española donde aún ondean al viento las banderas con el aguilucho franquista. Lo patriótico ahora sería que España ganase el Mundial y el gol decisivo lo marcase Piqué; qué desconcierto nacional.