Los peores augurios de la precampaña se van cumpliendo en la campaña. Pasan los días y no se va la sensación de hallarnos bajo un chaparrón pesado y espeso que te deja todo pringado. Candidatos pegajosos, mensajes viscosos y estrategias grasientas caen sobre nosotros como si anduviéramos en medio de una tormenta de aceite. La única diferencia es que ahora arrecia. Es como ducharse en uno de esos días de calor húmedo que trae el verano. No consigues quitarte de encima la sensación de llevar pegado el aire a la piel como si fuera superglú.

El hiperliderazgo que se pretende colgar sobre la débil percha de un puñado de líderes en formación, sin más experiencia que la vida en el partido o en los platós de televisión, resulta tan hiperbólica que hasta produce un poco de lástima. Cuando uno ve a Pedro Sánchez reciclar la foto de la portada de su libro como cartel electoral no sabe qué pensar: si realmente se ve tan resultón en la instantánea o tan mal anda de presupuesto el PSOE. No produce menos compasión contemplar a Pablo Casado colgarse del bigote invisible de José María Aznar para que no se lo lleve el viento, o a Pablo Iglesias buscando pelea por los medios señalando periodistas al servicio del comisario Villarejo para mantenerse visible, o a Albert Rivera volviéndose holograma para no tener que aclarar ni siquiera dónde está cuando habla; mucho menos lo que dice.

En el asunto catalán hemos vuelto a la casilla de salida: nada de hablar de propuestas o soluciones

El repaso de los programas y propuestas lleva a la conclusión de que todos prometen disciplina fiscal y expansión del gasto a la vez, sin explicar mucho de dónde salen los ahorros y los ingresos para financiar propuestas pensadas primordialmente, de manera bastante burda, para expandir sus bases electorales. La derecha se atreve incluso a prometer bajadas fiscales y expansión del gasto al tiempo; algo que la izquierda aún no se atreve a ofrecer, pero denle tiempo. ¿Cómo lo harían las tres derechas? Lo de siempre, ya saben, centralizando todas las decisiones en Madrid y liquidando por cierre al resto de las administraciones del Estado.

En el asunto catalán hemos vuelto a la casilla de salida: nada de hablar de propuestas o soluciones, sólo de aquello que no se puede hacer o está prohibido y cómo evitarlo. La competencia es por ver quién ofrece impedirlo con más firmeza o más dureza. Sólo Podemos se atreve a proponer, sin insistir tampoco mucho, que lo mejor sería votar alguna vez alguna solución negociada. Esta campaña está resultando tan pobre y falta de vida que solo se anima cuando hablan de la muerte, en cualquiera de sus múltiples y dolorosas formas. Si alguno se encuentra con la política, aunque sea por casualidad, se nos muere del susto. Fíjense si entristece pensar siquiera en los días que aún quedan.