A la espera de que el Tribunal Supremo asuma todas las causas y ponga en libertad a los presos, para que puedan hacer campaña y sea una campaña que merezca mínimamente tal nombre, y más allá del rutilante espectáculo de los fichajes y contra fichajes para las listas, lo más interesante que está sucediendo en la política catalana tiene que ver con la desesperada búsqueda de espacios que agobia a la mayoría de los partidos.

La polarización agudizada por los acontecimientos de los últimos meses parece tener un ganador claro en cada bloque: ERC y Ciudadanos. Sólo estas dos fuerzas afrontan la campaña con una perspectiva clara de crecimiento y ampliación de su espacio electoral. Para ambos partidos que el 21-D se configure o no como un plebiscito resulta accesorio porque van a crecer en cualquier escenario.

Todas las demás fuerzas políticas afrontan, en cambio, una situación completamente contraria: cómo preservar sus menguantes espacios y perspectivas electorales. Que el 21-D sea o no sea un plebiscito será la clave de su éxito o su fracaso.

Sólo ERC y Ciudadanos afrontan la campaña con una perspectiva clara de crecimiento y ampliación de su espacio electoral

El Partido Popular parece haber decidido apostarlo todo a Mariano Rajoy para intentar detener la sangría a favor de Ciudadanos. Su estrategia pasa por recrear el 21-D el ambiente y el relato de unos comicios generales para sacar a votar a ese medio millón de electores que les dan su papeleta en generales pero no en autonómicas. Necesita que el 21-D sea un plebiscito, pero no sobre la independencia sino sobre España.

El PDeCAT ha optado por ocultar su marca y fiarlo todo a la marca Puigdemont para intentar frenar la OPA hostil de una Esquerra que va disparada a hacerse con el oligopolio del espacio nacionalista. Se trata de sacar de la agenda los casos de corrupción que les persiguen y recoger el sufragio de quienes acudirán a las urnas el 21-D en defensa de sus instituciones, empezando por su president. Para los demócratas resulta vital que el 21-D se convierta en un plebiscito sobre la aplicación del 155 y la agresión a las instituciones catalanas.

Los socialistas y los comunes compiten ya abiertamente y a cara de perro por ese tercer espacio donde se ubicarían aquellos electores que se decantan por una tercera vía, o simplemente han quedado exhaustos tras tanta polarización. Los socialistas invocan a la presunta contradicción entre nacionalismo e izquierda, pero pactan incorporar a sus listas a los restos de la derecha nacionalista de Unió. Los comunes buscan el voto de castigo de los electores progresistas que no entienden el apoyo cerrado del PSOE a la aplicación del 155. A ninguno le conviene que el 21-D acabe siendo un plebiscito sobre nada. Su mejor escenario pasa porque los votantes acudan a las urnas convencidos de que se trata de elegir un gobierno capaz de superar la dinámica de bloques.