Puede que sea verdad que estamos entrando en un tiempo nuevo, pero lo cierto es que no lo parece. Los momentos previos a la decisión del president Torra de plantar fotográficamente al rey Felipe VI durante la inauguración de los Juegos del Mediterráneo se han sucedido como en los mejores momentos de los viejos tiempos: puro espectáculo.

Entre sus apoyos la posibilidad de plante ha sido aplaudida con el alivio de quienes, depuesto Mariano Rajoy, necesitan un nuevo malo oficial a quien echarle la culpa de todos los problemas y todas las profecías incumplidas y, de paso, evitarse tener que explicarnos por qué se quejan si fueron ellos quienes voluntariamente dieron su apoyo a Pedro Sánchez a cambio de nada. Si querían algo más que postureo, haberlo dicho antes.

Entre sus detractores hemos vuelto a soportar la habitual sesión doble de rasgado de vestiduras, llamadas al contraataque, constricción constitucional y gestos de gran consternación. No han faltado las hipócritas admoniciones por actuar sólo en nombre de una parte de los catalanes, no de todos; como si Felipe VI hubiese hablado el 3 de octubre pensando en todos los catalanes, o Inés Arrimadas no se pasase el día mitineando exclusivamente para sus votantes. Tampoco nos han ahorrado las habituales llamadas al sentido institucional, en una clara confusión entre responsabilidad y buenas maneras.

Volver a la normalidad no implica hacer como si nada hubiera pasado y no hubiera presos retenidos en la cárcel más allá de los límites de la ley

Si de verdad queremos entrar en un tiempo nuevo, deberíamos dejarnos de tanta hipocresía y tanto cinismo dialéctico, empezar a llamar a las cosas por su nombre y a hablar claro. De entrada, volver a la normalidad no implica hacer como si nada hubiera pasado y no hubiera presos retenidos en la cárcel más allá de los límites de la ley, o diputados electos a quienes se limita ejercer su función representativa. Si se puede renovar RTVE por decreto urgente, seguro que no hay que esperar a que el juez Llarena concluya la instrucción para, al menos, acercar los presos a sus casas, como es su derecho.

Volver a la normalidad tampoco significa hacer borrón y cuenta nueva. Los errores se pagan, eso también debiera formar parte de lo que llamamos “normalidad”. El independentismo está pagando los suyos, Mariano Rajoy ha pagado los suyos y los de algunos más y el rey Felipe VI debe asumir el coste de su garrafal error del 3 de octubre y rectificar, si quiere mantener alguna esperanza de ser recibido con normalidad en Catalunya. Alguien tiene que decírselo a la cara y si no lo entiende, plantar a los reyes también forma parte de la normalidad democrática.

Déjense de juegos, que ya estamos todos muy mayores. La carta del president Torra iba nominalmente dirigida al rey Felipe VI, pero su destinatario final era Pedro Sánchez. El Govern, el de aquí y el de allá, buscaba testar hasta dónde llega su disposición a cambiar el tono y abrir el diálogo más allá de los gestos ante las cámaras. Ahora ya lo sabe. Luego que no digan que no estaban avisados.