La cosa que me inquieta más de los resultados electorales de Italia es la cantidad de excusas que dará a los políticos catalanes, y a sus tamborileros, para cavar bien honda la tumba del país. El otoño de hace 100 años, cuando Mussolini encabezó la famosa marcha sobre Roma, Barcelona era la ciudad más violenta del Viejo Continente. Quizás hay que recordarlo e ir a los números concretos, e incluso a las víctimas ilustres, porque entonces España era formalmente una monarquía constitucional, igual que ahora. 

Los italianos siempre van a la vanguardia de la historia, pero no pagan nunca el precio de sus derrotas porque son gente creativa. Sin Mussolini, España no habría tenido a Franco, y muy probablemente tampoco a Primo de Rivera. Mussolini sirvió para rematar, primero, el crédito de las élites catalanas, que cayeron en la trampa de intentar utilizar el glamur de Italia para dorar sus tics autoritarios. Después, sirvió para hundir la clase obrera, que cayó en los discursos fáciles del antifascismo español. 

Ahora, en Barcelona, no asesinan a la gente por la calle como hace un siglo, pero los herederos de Mussolini tampoco han llegado al poder con un golpe de fuerza. Si se mira bien, Georgia Meloni no pasa de ser una versión actualizada de las Mamachicho de Silvio Berlusconi. En los años 90, las vacas eran gordas y los italianos podían permitirse convertir el libertinaje en un consuelo de pobres. Ahora las vacas son magras y ya se ve que el único consuelo de los pobres será la disciplina.

Como ya pasó durante la pandemia, Italia vuelve a servir para que los periodistas y los políticos se dediquen a tirar pelotas fuera. Quizás tenemos que recordar, no solo el pistolerismo de los años veinte, sino también que Catalunya viene de ser el país de Europa Occidental que ha tenido más muertos por habitante a causa del Covid. Parece que Vichy quiere dar a la victoria de Meloni un efecto analgésico parecido al de los reportajes sobre Italia que nos ponía TV3 en el pico de la pandemia.

Mientras nos preguntamos si Meloni es fascista, Catalunya se acerca a un ciclo electoral marcado por el corporativismo de los partidos y de los políticos. Mientras nos preguntamos si Meloni es fascista, La Vanguardia publica artículos excelentes explicando que España está a punto de cerrar las heridas del franquismo. Mientras nos preguntamos si Meloni es fascista, Vichy intenta utilizar cantantes del área metropolitana para resucitar los mismos prejuicios étnicos que el independentismo había liquidado.

Es curioso que Ferran Casas vea el huevo de la serpiente en los tuits de Silvia Orriols, después de haberse ido arrimado al sol que más calentaba en la prensa. Hablo del director de Nació Digital como podría hablar de Jordi Basté y de tantos otros que también han bailado todas las melodías del flautista de Hamelin. El discurso de Meloni puede gustar más o menos, pero de momento no pasa de ser un discurso publicitario, una proyección política de las guerras culturales con pocas posibilidades de implementarse por una vía autoritaria.

Quizás lo que da más miedo de Meloni es que recuerda que la España que tenemos hoy habría parecido fascista a muchos de los que ahora la legitiman, según los estándares de hace unos años. En Italia, el fascismo tiende a ser un fenómeno popular, de base, como el independentismo en Catalunya; por eso Enric Juliana los relaciona. En España, igual que en Alemania, el fascismo es un fenómeno impuesto de arriba abajo a través de la bastante impersonal y cruda del dinero y de la burocracia del Estado. Por eso los estragos que provoca son mucho más difíciles de impedir y de arreglar.