La presidencia de la Generalitat tendrá, ahora sí, nuevo president en la figura del hasta ahora alcalde de Girona, Carles Puigdemont, que logró la investidura con 70 votos a favor, 63 en contra y dos abstenciones. Junts pel Sí y la CUP sacaron adelante el candidato pactado y se da inicio así, de una manera efectiva, a la XI legislatura de la Cámara catalana. El discurso del ya president electo se diferenció, en lo fundamental, poco de los dos que había pronunciado Artur Mas y que no obtuvieron el apoyo del Parlament el pasado mes de noviembre. La apuesta por la hoja de ruta independentista se mantiene invariable y también se encuentra en el mismo sitio la posición del Gobierno español, que, por boca de su presidente, Mariano Rajoy, lanzó, mientras transcurría el pleno catalán, una seria advertencia sobre las actuaciones que iba a llevar a cabo el Estado si no se respetaba la legalidad y la Constitución.

Carles Puigdemont ha pasado este domingo dos pruebas: ha superado la sesión de investidura que le permite ser el 130 president de la Generalitat de Catalunya y ha demostrado, durante casi cinco horas de debate parlamentario, hechuras de político bregado y competente y, además, dialécticamente sagaz y nada acomplejado. Su presentación en sociedad, en este sentido, fue muy positiva acorde con las enormes dificultades que se va a encontrar desde hoy mismo. Aunque el tono fue moderado, como le reconoció la jefe de la oposición, Inés Arrimadas, de Ciudadanos, e inclusivo, como señalaron otros portavoces, a nadie se le escapa que el periodo de turbulencias en los próximos meses está más que asegurado. En todo caso, una vez se constituya el nuevo gobierno catalán, que será, seguramente, este mismo martes o miércoles, se tendrán más detalles de los calendarios que tiene en mente.

Los que, para desacreditarlo, se refirieron a él como un president títere tienen hoy motivos de preocupación
Parece razonable que Puigdemont, que hereda una arquitectura de gobierno pactada entre Artur Mas y Oriol Junqueras, quiera tomarse un cierto tiempo antes de dar pasos precipitados e irreversibles y haga descansar en el Parlament la tramitación de las leyes más conflictivas. Se trata de iniciativas acordes con la resolución de desconexión aprobada por la Cámara catalana el 9 de noviembre y que chocan con la impugnación que de ella hizo el Tribunal Constitucional por unanimidad.

Un último apunte: los que, para desacreditarlo, desde el primer momento se refirieron a él como un president títere tienen hoy motivos de preocupación.  Al menos tantos, como motivos de satisfacción tenía Artur Mas por la contundencia de algunas de las respuestas de Puigdemont.  La política catalana pasa página del pasado y se adentra en el futuro entre el temor de unos y las esperanzas de otros. Paciencia es, seguramente, el mejor consejo.