A veces, Catalunya, sus instituciones, sus representantes, saben hacer bien las cosas. Dejar de lado la disputa diaria y negar tantas veces como haga falta que el diálogo es imposible. Trasladar a la ciudadanía que es mentira que en Catalunya haya una fractura social. Muriel Casals tuvo en su despedida institucional en el Parlament el homenaje que le permitiría esbozar aquella sonrisa tan suya y, con su voz pausada, proclamar que el acuerdo cívico seguía siendo posible. Porque ese era el gran objetivo de Casals: sumar y no restar; ensanchar la base, a ser posible del independentismo, pero también sumar el mayor número de personas a favor del referéndum, del derecho a decidir. Y eso solo se podía hacer con voluntad de acuerdo. Hablando, dialogando.

Esa es la gran herencia de una activista que siempre hizo las cosas de una manera discreta, casi sin darle importancia. Que llegó a la presidencia de Òmnium sin ambicionarlo, que acabó en el Parlament porque era una figura que no podía faltar en esta etapa de la política catalana y que, al no estar, ha dejado aquella orfandad propia de los que acaban siendo imprescindibles. Solo así se entiende el homenaje permanente que le tributan desde el sábado por la noche cientos, miles, de personas en las redes sociales. Bien se puede decir que la política catalana ha sucumbido al impulso póstumo de Muriel y su fragilidad se ha convertido en una fortaleza en la que todos han querido buscar cobijo y no sacar partido. Ese es el pacto cívico catalán que reúne en un acto de esta naturaleza a todos los grupos parlamentarios, también los que están más distantes ideológicamente como Ciudadanos y el Partido Popular. Sumar y no restar.