De la misma manera que James Carville, uno de los más brillantes asesores de Bill Clinton, lanzó contra George Bush padre toda su artillería dialéctica en la campaña presidencial de 1992 e hizo famosa la frase "It's the economy, stupid" ("Es la economía, estúpido"), hoy podríamos proclamar que en el mundo actual de la política-espectáculo, el rey es la televisión. Hemos visto a los candidatos a presidente de gobierno –a unos más  que otros, ciertamente– desfilar por los platós de televisión con formatos amables en programas de máxima audiencia. El juego es claro: yo vengo a tu programa, me da visibilidad y protagonismo y a ti te da una buena audiencia (un buen share o cuota de pantalla, en el lenguaje televisivo); a cambio tú me haces unas preguntas cómodas. Y así van cayendo las hojas de la campaña electoral.

Cuando se rompe este esquema, porque las costuras del sistema tampoco lo aguantan todo, se celebran debates que sólo son posibles en España. Valga como ejemplo el de Atresmedia que se ha presentado como el debate decisivo. Un debate así debería realizarse entre candidatos a presidente del gobierno, pero la novedad es que uno no se presenta, Mariano Rajoy, y en su nombre estará la número dos de su candidatura, Soraya Sáenz de Santamaría. Los tres presidenciables –Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias– lo han denunciado, pero la dictadura de las televisiones es importante. Por no citar algo que es clamoroso: los candidatos están ahí en base a sus expectativas electorales, pero partidos que obtuvieron buenos resultados en las últimas elecciones generales, las de 2011, como la disuelta federación de Convergència i Unió, quedan fuera. Lo mismo que Esquerra Republicana, partido al que algunas encuestas le otorgan la condición de ganador de las próximas elecciones catalanas.

Por menos, TV3 tuvo que emitir una programación especial después de que algunos partidos protestaran por la retransmisión de la manifestación de la Diada del 11 de Septiembre, que consideraron un acto de apoyo a los partidos independentistas. Parece que la ley y la Junta Electoral Central están muy pendientes sólo de lo que hacen algunas cadenas públicas, aunque las televisiones privadas tienen las mismas obligaciones que las sufragadas por el común durante la campaña electoral. En este caso, sí que vale aquello de "es la televisión, estúpido".