Pocas horas han pasado desde que se hicieran públicos los resultados de las elecciones españolas del 20D, que han dejado un mapa político enormemente complicado, y el PSOE ya ha movido su primera ficha: votará no a la investidura de Mariano Rajoy si su candidatura a la reelección como presidente del Gobierno llega al Congreso de los Diputados. Mantiene, eso sí, que el líder del PP, como ganador de las elecciones, debe ser el primero en intentar formar gobierno. Sin embargo, no deja de ser una actitud meramente formal, ya que al anunciar que los diputados socialistas votarían que no a la investidura del actual inquilino de la Moncloa le deja sin oxígeno para que el objetivo de los populares salga adelante.

Es posible que Pedro Sánchez haya precipitado una decisión que en la noche electoral no parecía ni tan evidente ni tan urgente para sacarse de encima la presión a la que, sin duda, hubiera sido sometido por los partidarios de un acuerdo de gobierno o parlamentario entre populares y socialistas. Sánchez cree que siendo difícil la construcción de una alternativa de gobierno que pivote alrededor de los socialistas, sus opciones no son inferiores, ni mucho menos, a las de Rajoy. Tanto es así que en el PP se empieza a contemplar la hipótesis de una candidatura alternativa a la presidencia del gobierno con otro dirigente capaz de forzar la abstención del PSOE. Fruto de esa enorme complejidad es el hecho de que Sánchez haya decidido que lo mejor es no dejarse arrastrar ni por las urgencias del PP ni tampoco por las de Podemos, que quiere hablar de las prioridades de la nueva legislatura. En cuanto a Ciudadanos, la opinión más generalizada es que la aritmética parlamentaria otorga a los de Albert Rivera, hoy por hoy, un papel muy irrelevante en el nuevo Congreso de los Diputados.

Los socialistas creen que pasarán semanas antes de que se despeje la gobernación española. Un tiempo en el que se habrá dilucidado una de las incógnitas que gravita sobre la vida política: la investidura o no de Artur Mas y la consiguiente formación de un nuevo gobierno catalán de coalición entre Convergència y Esquerra Republicana. Este misterio tiene que ser aclarado el domingo, al menos, en lo que respecta al posible apoyo de la CUP. Un acuerdo tensionaría la vida política española y pondría aún mayor presión al PP, ya que se daría la paradoja de que la legislatura catalana consigue salir de puerto mientras que la española permanece empantanada y sin un horizonte de viabilidad plausible. Además, se visualizaría que el problema catalán, lejos de ser la palanca de Rajoy para ganar cómodamente las elecciones, se habría transformado en el gran problema para su continuidad.