El último día que prevé la ley, el lunes, el presidente de la Generalitat en funciones, Artur Mas, firmará el decreto de convocatoria de nuevas elecciones al Parlament de Catalunya para el próximo 6 de marzo. Mientras tanto, el reloj correrá a un ritmo frenético de conversaciones y negociaciones para desbloquear una situación que es prácticamente imposible de solucionar. Todos los focos están puestos sobre Mas y una improbable renuncia a la investidura, cediendo el mando a otro dirigente de su partido, Convergència Democràtica.

Las presiones, en algún caso, y las reflexiones, en otro, más o menos directas de ERC, la ANC, Òmnium y del cabeza de lista por Barcelona de JxSí, Raül Romeva, para que Mas dé un paso al lado se han saldado, hasta la fecha, con un absoluto fracaso de sus promotores. El líder convergente ha sido taxativo en la comparecencia pública tras la reunión del Govern, descartando tanto su renuncia como una nueva propuesta a la CUP y ha trasladado a la organización anticapitalista la responsabilidad de unos nuevos comicios.

Lo único cierto es que la endiablada situación aritmética y la negativa de la CUP han provocado una auténtica guerra de nervios en el espacio independentista, donde muchos son conscientes de la alta probabilidad de que los favorables resultados del 27S no se vuelvan a repetir si se convocan nuevas elecciones. De ahí que la ANC haya impulsado una última reunión de todas las partes en conflicto para antes del domingo, en un intento de desatascar la situación.

Pese a los símiles marineros de Artur Mas –“la presidencia de la Generalitat no es una subasta de pescado"– y futbolísticos de Junqueras –“del  terreno de juego no hay que retirarse hasta que se acaba el partido"–, quizás el refrán más realista aplicable a la situación sea aquel dicho popular de “a río revuelto, ganancia de pescadores". Y en los próximos comicios, los pescadores o pescadoras que más ganarán pueden no acabar siendo ni los agrupados excepcionalmente en JxSí el 27S ni los de la CUP.