Por primera vez desde que se inició el complejo sudoku de investir un candidato a la presidencia del Gobierno español, el independentismo catalán se ha situado en el centro del debate político. Le ha dado galones para la controversia, el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, durante un acto de campaña en Murcia en un intento de desacreditar al aspirante Pedro Sánchez, que tiene por delante quince días cruciales para saber si cuenta con los apoyos parlamentarios suficientes en el Congreso de los Diputados.

Aunque hoy por hoy no es muy diferente la soledad de Rajoy a la de Sánchez, el hecho de que el segundo tenga abiertas dos comisiones de trabajo con Ciudadanos y Podemos, que en principio son excluyentes a la hora de sumar mayorías, podrían acabar otorgando un papel –aritmético, no político– tanto a los diputados de Esquerra Republicana (9) como a los de Democràcia i Llibertat (8) si el PSOE necesita votos a su izquierda. Eso se sabe desde el 20D y en todas las cábalas que se realizan está más o menos presente esta remota posibilidad, siempre descartada por el secretario general del PSOE y por los representantes de los independentistas catalanes.

Entonces, ¿por qué el interés de Rajoy por insistir en ese hipotético escenario? En primer lugar, para cerrar este flanco ante cualquier escarceo del equipo dirigente del PSOE. Segundo, para presentar a Sánchez como un irresponsable, capaz de poner en riesgo la unidad de España para llegar al gobierno. Tercero, para movilizar a los barones socialistas y a los dinosaurios del partido, un inagotable balón de oxígeno para la derecha. Y cuarto, para dejar claro que el peligro español es el independentismo catalán. Porque sea un lapsus o no, sólo a este, al catalán, se refirió Rajoy en Murcia. Olvidando el vasco, que con sólo dos escaños, ha dejado de estar en la agenda política.