El PP está nervioso. Se nota demasiado a medida que avanza el calendario y pasan los días desde el 20 de diciembre. Las posibilidades de retener el gobierno español se van alejando y Mariano Rajoy no lo tendrá fácil para conservar la Moncloa. La gesticulación es casi diaria en contra del proceso soberanista: advertencias de lo que hará el Tribunal Constitucional, suspensión de la autonomía (artículo 155 de la Constitución), dar pábulo a la Abogacía del Estado para que estudie si es ilegal la fórmula de prometer el cargo de Carles Puigdemont, lanzar veladas amenazas sobre la legalidad de una Conselleria d'Exteriors y podríamos añadir varios ejemplos más.

Pero nada ha despertado tanta teatralización como la cesión de cuatro senadores a Esquerra Republicana y Democràcia i Llibertat, dos a cada partido, para que pudieran constituir grupo propio en la Cámara Alta. Escuchando a los dirigentes del PP y sus medios afines, pero también a algunos dirigentes socialistas, el delito era de alta traición a la unidad de España y al Rey. Poco importa que en los últimos 40 años siempre se haya hecho así, como un gesto de cortesía parlamentaria que, en realidad, no causa ningún problema a los grupos mayoritarios. El tema era que partidos españoles se habían comportado con educación con los partidos independentistas, sin importar que la cesión de senadores haya sido (hoy) a cambio de nada. Y, por este flanco se les podía atacar y de paso debilitar a Pedro Sánchez, que ciertamente está endeble políticamente hablando, pero como aquel tentetieso siempre se acaba levantando. Y le veremos pronunciar en febrero un discurso de investidura en el Congreso de los Diputados. Y si no, al tiempo.

Después de una legislatura sin hacer política de verdad, el PP permanece estático y se resiste a ver la realidad que le pasa por delante. Porque todo esto no va de delitos de alta traición, sino de mayorías parlamentarias. O sea, de democracia.