¡Qué pereza! Me resulta difícil escribir sobre política catalana en las vacaciones de Semana Santa. No es que el tiempo se haya detenido, sino que la política catalana es tan insignificante que la muerte, lamentablemente, del Sr. Josep Piqué se ha convertido en la “gran noticia”. Se le ha dedicado tanta atención en los medios que no sé qué harán los diarios el día que fallezca Jordi Pujol. A pesar de no haber ocupado nunca el cargo de ministro en ningún gobierno español, lo cual es el requisito que parece cumplir Piqué para que haya sido considerado honorable, se le tendrán que dedicar unos cuantos monográficos. A buenas horas, como de costumbre, mangas verdes, ya que la biografía del antiguo líder del PP catalán es mucho más que las hagiografías que he podido leer. No entiendo por qué nos gusta tanto maquillar la historia. Josep Piqué fue el hombre de Aznar en Cataluña mientras le fue conveniente a éste y todavía recuerdo su paseo con Mariano Rajoy por Barcelona durante la recogida de firmas contra el Estatuto que el PP lideró en 2006. Supongo que Carles Puigdemont no fue el culpable de aquel despropósito. Aquel Piqué se parecía bastante a otro ilustre catalán, de una mala leche cósmica, que respondía al nombre de Alejo Vidal-Quadras, a quien él sustituyó para conducir el supuesto giro catalanista de la derecha españolista. Las biografías deben ser completas si se desea que sean creíbles y definitivas.

La historia del PP catalán está por escribir y los historiadores tendrán que preguntarse y responder por qué la derecha españolista nunca consiguió tener grandes éxitos electorales. Solo Ciudadanos, y de una manera efímera, ha sabido combinar electoralmente el españolismo popular con el conservadurismo burgués. En Cataluña, salvo algunas excepciones muy notorias, los burgueses son españolistas, hablan castellano en la intimidad y son anticatalanistas desde que sus padres —o abuelos— se inclinaron por el franquismo, por miedo o por convicción. Albert Rivera y Vidal-Quadras coincidieron en la fundación de Ciudadanos, pero es evidente que Rivera no tiene el linaje de Vidal-Quadras, que se remonta hasta el tiempo en que la familia natural de Sitges se enriqueció en Maracaibo (Venezuela) y, posteriormente, se convirtió en propietaria del segundo banco mercantil de Cataluña. Inés Arrimadas no es Josep Piqué, quien procede de una familia menos acomodada que la de Vidal-Quadras y más representativa de los “tecnócratas” catalanes. Arrimadas es hija de un policía y Josep Piqué es hijo de un gerente de una empresa del metal, filial de SEAT, y fue presidente del Sindicato Vertical antes de ser nombrado alcalde de Vilanova i la Geltrú en los “tiempos de incertidumbre” de la Transición.

En Catalunya, salvo algunas excepciones bien notorias, los burgueses son españolistas, hablan castellano en la intimidad y son anticatalanistas desde que sus padres —o abuelos— se decantaron por el franquismo, por miedo o por convicción

Cada uno tiene la familia que tiene y encaja en su historia como mejor puede. Hace unos años, dirigí un trabajo de investigación sobre Josep Aragonès Montsant, el abuelo del actual presidente de la Generalitat, y su implicación en la creación, evolución y muerte de Reforma Democràtica de Catalunya. El investigador era otro nieto del empresario hotelero de Pineda de Mar, quien fue alcalde de este pueblo entre 1966 y 1987. Este hombre fue sumamente importante en la configuración de la derecha españolista en Cataluña, tanto como lo sería Manuel Milián Mestre, quien pasa por ser el hombre de Fraga Iribarne en Cataluña. Todos los que nos dedicamos al negocio de la historia sabemos que Fraga no era precisamente un aperturista en la lucha entre las facciones franquistas. Fraga estaba decidido “a impulsar una apuesta política que recogiera el voto del franquismo sociológico, el cual pensaba que sería mayoritario en las futuras elecciones”, escribe Jordi Aragonès Martínez, el primo convergente del presidente republicano que investiga la historia del abuelo compartido. Por esta razón, el exministro de Franco viajó a Cataluña para reunirse con los alcaldes franquistas del Berguedà, el Bages y el Solsonès. También fue acogido, de manera prácticamente oficial, por los alcaldes de Mataró, Sant Cugat del Vallès, Arenys de Mar y Pineda de Mar.

Fraga no previó que una cosa sería este tipo de gente, este “franquismo sociológico” que dominaba en pueblos y comarcas, y otra la burguesía españolizada de personajes como Santiago de Cruïlles de Peratallada i Bosch, marqués de Castell de Torrent y barón de Cruïlles. Era yerno del líder de la Lliga, Joan Ventosa i Calvell, que había sido ministro de Alfonso XIII y que se pasó al franquismo con armas y bagajes, como Cambó. Cruïlles (que él escribía Cruylles) era uno de los catalanes de Franco, fue concejal del Ayuntamiento de Barcelona con el alcalde Porcioles, subsecretario de Gobernación con el ministro franquista Tomás Garicano Goñi, procurador en Cortes de 1970 a 1977 y miembro del Consejo Nacional del Movimiento hasta que se disolvió. La historia es compleja, ya que algunos de los alcaldes que visitó Fraga finalmente, aunque no de manera inmediata, se inclinaron por Jordi Pujol por simple “catalanidad natural”, mientras que esta burguesía graníticamente hispanizada solo lo toleró porque no lo consideraban uno de los suyos. Sus hijos han hecho trampas para pertenecer a esta élite.

El catalanismo popular ha salvado la nación, para empezar porque ha conservado el nervio, que es la lengua. Pero yo soy de los que cree que al independentismo le hace falta una derecha fuerte, que no se encoja, que no abandone la defensa de los intereses nacionales a la primera de cambio

Rosa Garicano es hija de Garicano Goñi, la directora general del Palau de la Música en la época en la que Fèlix Millet convirtió aquella institución cultural en la sede de nuestra mafia. Rosa Garicano está casada con Xavier Ribó, hermano de Rafael Ribó, un comunista en una familia de burgueses, como ha habido tantos otros: el escritor Carlos Trías Sagnier, con quien compartí la rueda de prensa de presentación pública de Bandera Roja en 1976; el cineasta Pere Portabella; el jesuita Joan Nepomuceno García-Nieto París o el profesor y empresario Joaquim Molins López-Rodó, que se convirtió en uno de los arietes universitarios de Sociedad Civil Catalana. Xavier, Ignacio y Rafael Ribó son hijos de Xavier Ribó Rius, el exsecretario de Cambó. En la boda de los Garicano-Ribó asistieron las personas más distinguidas de la burguesía del país, por ejemplo, Santiago de Cruïlles. Luis Garicano, el economista que hasta hace poco militaba en Ciudadanos, es sobrino nieto del ministro de Gobernación de Franco que posee el récord de muertes a manos de la policía, once personas, muy superior al de su antecesor, el militar Camilo Alonso Vega, “Don Camulo”, a quien cambiaban la “i” por una “u” para resaltar su tozudez. De esta forma podríamos ir cerrando el círculo, que es un ejercicio que me gusta mucho y que otros han hecho mejor que yo, como por ejemplo Roger Vinton o Xavier Febrés.

El estudio de la genealogía de esta burguesía españolizada debería ser una prioridad para comprender por qué el independentismo es tan débil socialmente. El catalanismo popular ha salvado la nación, en primer lugar, porque ha conservado la lengua, que es su nervio. Pero yo soy de los que piensa que al independentismo le hace falta un partido de derechas fuerte, que no se arrugue, que no abandone la defensa de los intereses nacionales a la primera de cambio. Para que exista un independentismo de derechas, primero hará falta que la “catalanidad natural” de esta burguesía rebrote. Para que nos entendamos: que los nietos de la colonia barcelonesa de Viladrau, Llavaneres o Castellterçol recuperen el catalán que abandonaron y superen “el regionalismo bien entendido” franquista. También hará falta que la izquierda comprenda que un país independiente solo puede construirse con una sociedad abierta y pluralista. Las naciones sobreviven cuando las defienden pobres y ricos, la izquierda y la derecha. En resumen, cuando cuentan con el respaldo de los coautores de cualquier nación. El problema de Cataluña es que las élites burguesas cambiaron el espacio político de la nación catalana por el español debido a su miedo, ya que sentían amenazados sus privilegios. En España, esta gente rica, heredera de lo poco que queda de la revolución industrial, ha sido siempre caricaturizada como el burgués de provincias. Si la burguesía catalana hubiese apoyado una Cataluña independiente como lo hicieron los burgueses de Dinamarca, Suecia o Finlandia, hoy serían otra cosa.