Carles Puigdemont ha prometido tantas veces que si le votaban volvería, que no viene de una. Esta, sin embargo, parece que puede ser la definitiva. O esto, cuando menos, es lo que ha dicho al anunciar que se presenta a las elecciones catalanas del 12 de mayo y al precisar que el retorno se producirá si tiene la mayoría para ser reelegido president de la Generalitat, aunque corra el riesgo de ser detenido si los jueces se niegan a aplicar la ley de amnistía, que, por las fechas previstas de la investidura —hacia la segunda quincena de junio—, tendría que hacer días que estuviera en vigor.

Estaba cantado que el exalcalde de Girona encabezaría la lista de JxCat al Parlament aprovechando los beneficios de la implementación de la amnistía, fueran los comicios cuando tendrían que haber tocado si se hubiera agotado la legislatura —en febrero del 2025— o ahora que Pere Aragonès las ha adelantado después de ver cómo el resto de fuerzas le tumbaban el presupuesto de la Generalitat de este 2024. Aunque detrás del adelanto se esconde la intención de ERC de impedir que se presente. Y es que es el mejor activo electoral que tiene la formación y ha sido siempre obvio que no lo desaprovecharía. Y más si esta vez se puede hacer efectiva, por fin, la vuelta. Es humanamente lógico y comprensible que, después de seis años y medio de exilio, Carles Puigdemont, y el resto de exiliados en Bélgica y en Suiza, tengan ganas de repatriarse. Políticamente también es necesario que la situación se normalice de una vez, porque en democracia es inconcebible que alguien sea perseguido por sus ideas y se vea obligado a marcharse. Sólo por esto es una buena noticia que el 130º president de la Generalitat pueda regresar a Catalunya. Un hecho que a los únicos a los que molesta es a los integrantes de la caverna española, que lo querrían ver esposado y entre rejas.

Carles Puigdemont debería ser consciente, sin embargo, de que su retorno normalizará también, sobre todo a ojos de Europa, el discurso de Pedro Sánchez según el cual, gracias a la política que él mismo califica de mano tendida y de reconciliación, España se ha convertido en una democracia abierta y tolerante en la que los intentos de ruptura de los independentistas ya no tienen, por lo tanto, razón de ser. Ante esta realidad, que el exalcalde de Girona justifique la vuelta por la necesidad de acabar el trabajo que la represión y la desunión no permitieron acabar el 2017 —en referencia a lo que pasó tras el referéndum del 1 de octubre y a las fallidas declaraciones de independencia de los días 10 y 27— pierde toda credibilidad. Y la pierde porque fundamenta el razonamiento en que es gracias a JxCat que el PSOE ha hecho todas las concesiones que ha hecho desde las elecciones españolas del 23 de julio del 2023 hasta ahora —catalán en el Congreso, ley de amnistía...—, cuando sabe perfectamente que las ha hecho por pura necesidad de la aritmética parlamentaria y que es capaz de revertirlas cuando las necesidades sean otras.

Carles Puigdemont debería ser consciente de que su retorno normalizará, sobre todo a ojos de Europa, el discurso de Pedro Sánchez según el cual España se ha convertido en una democracia abierta y tolerante

Además, ¿de verdad se piensa el 130 president de la Generalitat que la gente se creerá que ahora hará lo que no hizo en 2017? En octubre de ese año el proceso de independencia no se culminó ni por la represión policial que ejerció el estado español contra los catalanes —que existió y de qué manera, como muchos sufrieron en carne propia— ni por la desunión entre los partidos que entonces se decían independentistas y que muy pronto se constató que no lo eran —que existió también porque el PDeCAT y ERC no se soportaban, como no se habían soportado antes CDC y ERC y no se soportan ahora JxCat y ERC—, sino porque los dirigentes políticos encargados de llevar el proyecto a buen puerto se rindieron y entregaron con armas y bagajes al país y a su gente al enemigo del cual se suponía que querían separarse, facilitando la persecución judicial que se produjo después y que actualmente,  más allá de las situaciones personales que resuelve la amnistía, aún continúa. Y el principal de todos estos dirigentes políticos era él.

Si el 1 y el 3 de octubre del 2017 el estado español estaba contra las cuerdas, completamente grogui por cómo se había desarrollado el referéndum y por cómo los catalanes habían defendido el resultado en la calle —la imagen de los trabajadores de La Caixa, trajeados y encorbatados, gritando en medio de la Diagonal de Barcelona el lema de la CUP que "las calles serán siempre nuestras" fue demoledora—, si teniéndolo todo a favor no lo hizo, ¿ahora pretende hacer creer que sí que lo hará? El discurso quizás servirá para motivar a la parroquia incondicional, pero difícilmente para hacer cambiar de posición a los independentistas que hace tiempo que han optado por la abstención y que con razón se sienten enredados y estafados por las promesas reiteradamente incumplidas de Carles Puigdemont. Porque es aquello de que si te engañan una vez, la culpa es de quien te engaña, pero si te engañan dos veces, la culpa es tuya, y si lo hacen unas cuantas más, ya es para hacérselo mirar.

Y podrá insistir tanto como quiera en la cantinela de la lista unitaria, que lo único que consigue es que ERC se aleje aún más, o en la letanía del referéndum de autodeterminación acordado con el estado español, que lo que significa es que deslegitima y renuncia al del Primero de Octubre. Y podrá explotar el componente sentimental que tanto domina, que dudosamente tendrá éxito más allá de los convencidos. Todo ello le servirá, eso sí, para que esta vez JxCat le gane la partida a ERC y vuelva a sacar mejores resultados que los de Oriol Junqueras —que gane las elecciones del 12 de mayo por delante del PSC está por ver—, pero no para alcanzar la mayoría que le permita volver a ser investido president de la Generalitat, que es la condición que ha puesto para regresar a Catalunya, pero que no especifica de dónde espera sacarla. ¿Quizás de una sociovergencia?

Lo que tiene que procurar Carles Puigdemont es que no le suceda como al protagonista de Pedro y el lobo, el cuento musical infantil del compositor ruso Serguei Prokófiev: de tanto que el joven pastor enredó a la gente del pueblo diciendo que venía el lobo sin que fuera verdad, el día que de verdad vino nadie se lo creyó y el lobo se le zampó las ovejas.