El enorme disparate que gira en torno a las pinturas murales de Sixena es una auténtica metáfora del anticatalanismo más primario y furibundo que late en muchas de las decisiones políticas y judiciales que sufrimos.

En este caso, la cuestión es tan bestia que puede resumirse en una simple y demoledora sentencia: no importa si se destruyen las pinturas, lo que importa es que no permanezcan en Catalunya. Es una versión en el ámbito cultural de las maniobras que tantas veces ha realizado el Estado. Por ejemplo, las que perpetró el Gobierno con Endesa, cuando favoreció la compra por parte del grupo italiano Enel a fin de impedir la opa de la catalana Gas Natural. En aquella época el presidente Montilla fue explícito: "El PP prefiere que Endesa sea italiana antes que catalana". Ahora se repite la misma maniobra con igual intencionalidad: ninguno de los implicados que ha llevado el caso, desde el gobierno de Aragón hasta los jueces, pasando por el abogado ultraespañolista, ninguno de ellos parece preocupado por amor al arte, sino por ejercer el dominio español sobre Catalunya. No olvidemos, y es un dato muy notorio, que la aceleración del proceso judicial sobre las obras de Sixena se produjo al amparo del 155, cuando la Generalitat estaba totalmente intervenida. En ese momento ya obligaron a la Generalitat a devolver las obras que habían comprado legalmente, y el 11 de diciembre de 2017 la Guardia Civil entró en el museo para obligar a la entrega de las piezas. Años después, dos tercios de las obras que se fueron de Catalunya permanecen cerradas en un almacén en condiciones de temperatura y humedad que, según los expertos, pueden poner en peligro la conservación de los bienes.

La sentencia final del Supremo que exige el retorno de los murales ha sellado el ultimátum, que representa un verdadero golpe contra la historia del arte en Catalunya

Hecha la entrega del centenar de piezas provenientes del MNAC y del Museu de Lleida, quedaban las pinturas murales de Sixena que han sufrido un litigio legal más largo, pero la sentencia final del Supremo que exige el retorno de los murales ha sellado el ultimátum, que representa un verdadero golpe contra la historia del arte en Catalunya. De nada han servido los siglos que ligan el monasterio femenino de Sixena con nuestra historia. Fundado en 1113 por la reina Sancha, esposa de Alfonso I el Casto, el monasterio siempre formó parte del obispado de Lleida hasta 1995, cuando se decidió que se traspasara al de Barbastro. Tampoco ha servido de nada que fuera la Generalitat catalana la que salvó los restos de la joya románica de Sixena, tras el incendio y destrucción que sufrió el monasterio por parte de la FAI en 1936. El incendio devoró casi todo el patrimonio artístico, incluido el extraordinario artesonado mudéjar de la sala capitular. Solo se salvaron los cuatro arcos laterales de comunicación con el claustro, que estaba tapiado, y ese mismo año, la Generalitat salvó, trasladó y restauró los murales, que en 1940 se depositaron en lo que ahora es el MNAC.

Pero, si todo ello es un despropósito, lo peor es el riesgo de destrucción de los murales, certificado por la mayoría de los conservadores y restauradores de arte, que alertan de un altísimo peligro si se trasladan. La restauradora Rosa Gasol, que dedicó su tesis a los murales y que ha sido testigo en la causa, asegura que las pinturas sufrirán un daño irreparable, y una decena de departamentos de arte de las universidades han hecho un llamamiento para impedirlo, si no se quiere que se estropeen definitivamente. Nada, sin embargo, ha servido para detener la sentencia que obliga al MNAC a entregar los murales, con una obcecación política y judicial que solo tiene una explicación: el afán anticatalán que late detrás de la polémica.

Tan solo hay que poner la lupa en el tono de los tuits contra el MNAC, o en las múltiples declaraciones políticas, entre otras las que ha realizado Jorge Azcón, el presidente de Aragón, que asegura que los murales serán trasladados "por las buenas o por las malas", totalmente despreocupado de los riesgos de destrucción. De todos ellos, merece especial atención el abogado ultraespañolista Jorge Español (no, no es un meme), que ha llevado la causa del Ayuntamiento de Vilanova de Sixena, renombrada por este ilustre amante de los legionarios como "Villanueva de Sijena". Defensor del 155 y ultrapatriota español, ha asegurado que el litigio contra el MNAC es "el antídoto contra el expansionismo catalán". Es decir, lo que ya sabíamos: que no se trata del arte, sino de Catalunya; y que nunca ha importado el bienestar de las pinturas, sino el hecho de que están preservadas en Catalunya. Nacionalismo español rancio y apolillado que nuevamente ha perpetrado un estropicio en Catalunya. Lo decía Pep Antoni Roig en un artículo reciente, y me apropio de sus palabras como colofón final: "Sixena es otro capítulo en el serial del espolio patrimonial, identitario y espiritual que Catalunya sufre desde tiempos inmemoriales".