Pedro Sánchez metería a todos los independentistas en la cárcel si le saliera a cuenta desde el punto de vista electoral. El problema es que el apoyo electoral de Sánchez sale de una España que no cabe en la Constitución, tal como lo entienden el PP y el viejo PSOE. El gobierno de Sánchez se aguanta sobre los frutos democratizadores que la integración europea y la vida universitaria han dado en España. El PP se apropió del Régimen del 78 para contener la CiU de Jordi Pujol y doblegar a ETA. Pero cuando Aznar se fue, las mentiras del 11-M, la rendición del terrorismo vasco y la gestión del 1 de octubre sacaron la poca base de legitimidad y realismo que tenía esta política.

A diferencia de Rodríguez Zapatero, que tenía un proyecto político más o menos pensado y presidía España en un contexto de optimismo democrático, Sánchez no tendrá la ocasión de desaprovechar ninguna oportunidad de dejar alguna reforma sólida. Zapatero llegó a la Moncloa de rebote, pero su mandato se alimentaba de la idea que España había conseguido romper con el franquismo, un espejismo que entonces era ampliamente aceptado. La presidencia de Zapatero llegó en el momento de más prestigio de las instituciones españolas en Catalunya. El poder de Sánchez, en cambio, es hijo del malestar que ha dejado la aplicación del artículo 155 contra Catalunya.

En el mejor de los casos, Sánchez podrá dejar un vacío de poder un poco contenido por la cultura democrática que España ha ido ganando al margen de la política y sus discursos demagógicos. En el desierto que Sánchez dejará cuando se marche solo podrá aterrizar o bien un conglomerado de políticos reaccionarios o bien un conjunto de políticos reformistas. En los dos casos, se verá que el régimen del 78 está muerto. En el País Vasco, Bildu es la gran fuerza emergente por delante del PNV castrado por el aborto del Plan Ibarretxe —cosa que demuestra que ETA no era solo una cosa de cuatro asesinos locos—. En cuanto a Catalunya, la única fuerza autonomista que queda es un PSC hispanizado, muy poco ligado a la tradición catalanista que dio vida al Estatut y a la Generalitat de Catalunya.

Es difícil que los sectores que lideraron la Transición junto a los militares puedan reformar España sin caer en pulsiones autoritarias

Si no fuera por el 155, y por el miedo que ha esparcido la arbitrariedad de los jueces, Salvador Illa no estaría en condiciones de ganar unas elecciones autonómicas en Catalunya ni en broma. El carisma democrático de Illa es más delgado incluso que el de Jaume Collboni, que es alcalde de Barcelona por eliminación, después de arrastrarse durante años por los despachos más rancios de la ciudad. En Catalunya, el desprestigio de la autonomía como solución de convivencia, es tan profundo que La Vanguardia ya pide que Puigdemont vuelva a España y lidere el mundo de la vieja CiU. Poco a poco se va viendo que, como ya escribí en 2017, Puigdemont era el 155, y que el régimen se tendrá que reformar antes de que sea demasiado tarde.

López Burniol querría que la reforma fuera liderada por un gobierno de concentración del PP con el viejo PSOE, pero también querría que la reforma se hiciera con sentido de estado, dando aire a Catalunya y al País Vasco para que no desestabilicen más a España. Es difícil que los sectores que lideraron la Transición junto a los militares puedan reformar España sin caer en pulsiones autoritarias. Me parece que es un hecho tan evidente como que CiU no podía plantear ningún pulso a Madrid sin caer en los subterfugios y las mentiras. La incógnita que queda por resolver es hasta qué punto los sectores que lideraron la Transición junto a los militares tienen fuerza para volver a imponer su visión de España.

Lo máximo que podemos esperar de Sánchez es que gane tiempo para que los sectores sociales que han hecho caducar el Régimen del 78 sean más fuertes que las estructuras de los sectores que han monopolizado sus instituciones y sus símbolos. Los partidos que representan estos sectores han empezado una escalada retórica que difícilmente podrán parar. Si CiU y ERC se vieron arrastrados por sus propios discursos, es difícil que el PP y el viejo PSOE sean capaces de frenar a tiempo, y menos con la presión que les pone Vox. Si para hacerse perdonar la amnistía, Sánchez tiene que insultar a Israel y comparar los pactos con Puigdemont con las conversaciones que el PP tuvo con los terroristas vascos, quiere decir que la cosa está muy verde.

Es probable que la España nacional acabe teniendo su 9-N y su primero de octubre, antes de que Catalunya tenga la oportunidad de volver a sacar la cabeza. Si yo tuviera vocación política, lo sacrificaría todo a la posibilidad de fortalecer el núcleo del país porque cuando haya el próximo terremoto, todo el conocimiento y toda la libertad de espíritu que hemos ganado en los últimos años con la caída masiva de caretas, nos sirva de algo.