Antes de que el 1-O sellara la engañifa del procés, la CUP nos había repetido manta veces que la independencia sería una cuestión de resistencia subjetiva y musculatura moral: "todo aquello personal es político", recordaban a menudo los cuperos, y el mantra no trascendía únicamente en el ámbito de la sexualidad o el impuesto de sucesiones, sino también al advertir a los camaradas (acertadamente, a mi entender) que la secesión solo triunfaría comandada por una élite de políticos que se atreviera a sacrificar las migajas de bienestar regateadas por el autonomismo con tal de asumir los riesgos y la ganancia de vivir en libertad. Consecuentemente, servidor o quien sea tendría que valorar el retorno de Anna Gabriel al Supremo para ponerse a disposición del juez Llarena como un asunto superior a su intención de aclarar la propia situación procesal o garantizarse la libertad de movimientos por Europa.

En primer término, habría que recordar que la llegada de Anna Gabriel al Supremo contradice expresamente el juramento de la cupera al marcharse de Catalunya de no poner nunca pie en el tribunal enemigo, un acto (pasar revista primero en Madrid, como hizo Tarradellas) que no solo implica acatar la judicatura española, sino tratar nuestro país como segundo plato. La cupera, por lo tanto, habría caído en el mismo pozo de cinismo esquerrovergente que su militancia se dedicó a escarnecer con gran entusiasmo, sumando un factor que suma unas onzas más de cara dura: a pesar de haber aleccionado a todo dios como los paladines de la desobediencia, ningún alto cargo ni diputado de la CUP ha pasado ni un solo día en la prisión. Pero sabemos que la ética cupera, si me permitís el versito heteropatriarcal, muta d'accento e di pensiero como los límites de mandato que Eulàlia Reguant y Mireia Vehí se han pasado por el coño.

El incógnito haría un gran servicio a la política catalana; nos haría sentir una pizca menos imbéciles por haber confiado en tantos de pie que acaban de rodillas

Gabriel se largó de Catalunya sin que existiera ninguna orden europea o internacional de arresto contra ella, pues su presunto delito de desobediencia no comportaba ninguna pena de prisión, sino una multa de hasta doce meses y una inhabilitación por cargo público de dos años. En definitiva, para decirlo lisa y llanamente; Anna Gabriel se marchó del país porque le dio la gana, y el cuento chino según el cual se iba para internacionalizar el conflicto catalán y el exilio se ha fundido como un helado al sol. Desde Suiza, Anna ha profesado un silencio prácticamente conventual y de la pervivencia de su activismo (es secretaria general del sindicato UNIA, al lado de Ginebra; porque, eso sí, allí donde va le gusta mandar) solo se han beneficiado los privilegiados de aquella bonita nación ilusoriamente neutral. Con respecto a Catalunya, la emigrante solo entonaba "quan de tu s’allunya d’enyorança es mor".

Dicho esto, y sin excusar el cinismo de todo, la actitud de Anna Gabriel me parece la más honesta de todos los políticos que nos estafaron después del 1-O. Uno puede acusar de triple moral y de comodones a los cuperos, y tendrá toda la razón del mundo, pero Gabriel ha encarnado un detalle que no me parece menor: desde la traición de los líderes, se ha largado del país, ha cerrado la boca y, cuando menos, ha tenido la delicadeza de no tocarnos los cojones. Catalunya tiene un exceso de mentirosos, es cierto, pero de entre estos hay que todavía nos torturan presentándose a elecciones y incrustando la cabeza en el telediario con una dolorosa persistencia. Anna tuvo que marcharse a Suiza, entre muchas otras cosas, para evitarse la vergüenza de ver todas estas pamemas de timadores aguantando la farsa y ha tenido la delicadeza de no seguir hablando de desobedecer mientras acata a la sordina los dictados de las togas.

La política catalana tiene que evaluarse por mínimos muy mínimos, y diría que el de callar y pasar las vergüenzas lejos de casa es de agradecer. De hecho, nuestros cinco últimos años de vida habrían sido mucho mejores con Junqueras, Romeva, Puigdemont, Rull, Turull y todo el grupo de vacaciones en Suiza. De hecho, todavía están a tiempo, y servidor se ofrece a pagarles lo que haga falta, pues si resulta doloroso recordar la traición posterior al 1-O todavía resulta mucho más lesivo ver cómo toda esta generación de trileros todavía se pasa el día intentando vender gato por liebre a las pobres madrinas del país. Tengo muy pocos recursos, pero para asegurar cuatro años de silencio y de exilio a esta gentecita sacaría pasta de debajo los mojones de vaca, si hiciera falta. El incógnito haría un gran servicio a la política catalana; nos haría sentir una pizca menos imbéciles por haber confiado en tantos de pie que acaban de rodillas.