Franz Pauser hacía mapas para demostrar cómo una Catalunya independiente no era beneficiosa para el fascismo europeo de los años treinta. El alemán, que trataba de dar cuerpo estratégico al expansionismo nazi junto con Haushofer y otros profesores universitarios, explicaba como una Greater Catalonia –término con que nombraban el territorio de los Països Catalans– "nuevamente" independiente, significaría un importante aporte de oxígeno para la enemiga Francia, que podría hacerse con un pasillo mediterráneo hasta Argelia. Este relato enfurecía al fascismo italiano, que como consecuencia, se opondría a que Catalunya fuera independiente, cosa que entusiasmaba al español. Un fascismo español nada antagónico, por cierto, con los posicionamientos de ilustres republicanos españoles cuando éstos trataban el tema del independentismo catalán: "Y si esas gentes van a descuartizar España, prefiero a Franco" (Azaña, 1936) o "No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido (...) Estoy haciendo la guerra por España y para España" (Negrín, 1938).

La interpretación geopolítica made in Munich, que daba por hecho que los catalanes hubiéramos aceptado favorecer a "la Francia de los 100 millones" ilustra lo primordial que es la interpretación externa de las preferencias, objetivos y talante de un pueblo en cada uno de los momentos históricos.

Por eso mismo, hay que ser conscientes de que las variaciones expositivas de un mismo relato pueden situar la mesa internacional que trate de concluir el conflicto entre Catalunya/España en Madrid o a Barcelona. No nos equivocáramos al despreciar un detalle nada menor. Explicar al mundo que nos hemos hecho independentistas porque España no nos escucha ni atiende nuestras necesidades e inquietudes, sitúa la solución en el estado español, al cual convertimos a ojos externos en el protagonista con quien conversar para conseguir una suficiente flexibilidad que pueda parar la demanda catalana y revertir este descontento actual. Explicar al mundo que somos independentistas porque queremos recuperar la plena capacidad ejecutiva para aplicar las medidas legislativas que aprobamos en nuestro Parlament, y hacerlo sin las permanentes interferencias impuestas desde el gobierno español –sea cuál sea su color–, centra la solución en Catalunya, porque básicamente les estamos diciendo que no depende de que les convenzan para que nos amen, o nos entiendan más o menos, les estamos diciendo que no se trata de que el estado español nos gobierne mejor, sino que dejen de gobernarnos. El centro de gravedad del relato que explica por qué queremos la independencia tiene que ser Catalunya y no lo que hace o deja de hacer el estado español.

El centro de gravedad del relato que explica por qué queremos la independencia tiene que ser Catalunya y no lo que hace o deja de hacer el estado español

Eso tiene mucho que ver con la dialéctica actual entre los dirigentes independentistas sobre qué hará el estado español para obstaculizar el referéndum y la respuesta que dan. Quien ha trabajado el referéndum de manera estratégica sabe que no hay ningún choque democrático más efectivo que el hecho concreto y material de hacer el referéndum cubriendo todos los aspectos que el ejercicio de la autodeterminación nos permite, que son muchos y adecuados. No hay ningún sustitutivo en la acción soberana llevada a cabo de manera colegiada por instituciones y pueblo, por todo el territorio de un país. Al contrario, los independentistas que asumieron ciertas las amenazas del Estado y se han sumado a la autodeterminación como elemento táctico para llegar, no a un referéndum vinculante, sino a un previo choque de legalidades sin ninguna apelación al derecho universal de autodeterminación, se asoman a un largo periplo de apelaciones en cortes internacionales mientras la efectividad de la independencia se arruga entre asambleas de electos extraparlamentarias y duis tan solemnes como domésticas. Una huida hacia adelante otorga a la acción del Estado la categoría de epicentro, reduciendo a anécdota sabernos pueblo y el reconocimiento que podamos hacer de nuestros derechos.

La gestión de la victoria ganada

Al mismo tiempo, tenemos un estado español que disimula la tensión que provoca haberse creado y justificado manipulando la explicación de la realidad catalana de manera tan eficiente que ahora es prisionero de una mayoritaria opinión pública española sin ninguna empatía sobre el problema catalán. Incluso ahora, cuando los no independentistas de los Països Catalans no pueden evitar reconocer la necesidad de una mejor financiación y un trato inteligente de los recursos públicos, corredor mediterráneo incluido, las encuestas son demoledoras: el ciudadano español lo tiene claro, para los catalanes, ninguna concesión diferencial. La prisión de las confabulaciones españolas es roca dura y no les da margen para suavizar el discurso sobre Catalunya ante una España que parece poder aceptar la corrupción como picaresca costumbrista pero no aceptaría ninguna renuncia en lo que pueda ser visto como una derrota de su mística unidad de España. La ironía es que los catalanes estamos a favor de la unidad de España, lo que pasa es que la mayoría de nosotros sabemos que, precisamente, esta sólo es posible con una Catalunya independiente.

Ante este panorama, será interesante analizar el papel que jugarán los colaboracionistas catalanes en este nuevo histórico episodio. Ese recurrente personaje que ha descolocado permanentemente los arraigados conceptos del juicio, la prudencia, el catalanismo, el hacerlo bien, a niveles crueles, sólo aptos para insensibles, y que hoy en día, incluso, llega a envolverse con la estelada para hacer que la cola del independentismo sea pesada.

Si esta vez, el nivel uno de intoxicación no fuera suficiente para hacer que los catalanes volvieran a autoboicotearse, la batalla se podría centrar en una curiosa, para decirlo fino, autoexigencia: pedir mínimos de participación

El colaboracionista que se sienta en la mesa de los independentistas siempre encuentra la necesaria complicidad del, también siempre presente, cándido catalán que se transforma sin excepción en el colaboracionista inconsciente. Con ellos, al estado español le es fácil, por ejemplo, intentar extender como juiciosa la cretina propuesta de aceptar, a cambio del acuerdo sobre el referéndum con el Estado, una pregunta que obligue a los independentistas contestar que no quieren ninguna fórmula que no sea la independencia. Que el independentista tenga que contestar que no en un referéndum sobre la independencia, se llegaría a justificar "porque lo que es importante es hacerlo acordado" y de poca cosa servirá que le expliques que de los veinte referéndums vinculantes hechos desde 1990, sólo seis eran acordados porque lo que prevalece es el ejercicio soberano del hecho, en este caso, del principio universal del derecho a la autodeterminación de los pueblos. El Estado tampoco lo tendrá difícil porque ante la teórica obstaculización física del referéndum por parte de las fuerzas del Estado, mossos incluidos, haya suficientes altavoces que, aduciendo a la responsabilidad, hablaran de buscar astutas alternativas al referéndum "no sea que fuéramos a provocar una situación donde alocados hagan de la imagen del procés una violenta propaganda del país". Tontos no son, cuela bien dentro de la psique del cándido catalán. Hay que estar conscientemente, 24 horas, "movilizado", recordando a Carles Fontseré.

Si esta vez, el nivel uno de intoxicación no fuera suficiente para hacer que los catalanes volvieran a autoboicotearse, la batalla se podría centrar en una curiosa, para decirlo fino, autoexigencia: pedir mínimos de participación, desaconsejados por la Comisión de Venecia, y/o mínimos de –por ahora nadie ha mencionado los mínimos de no– que en el último referéndum hecho sin ninguna guerra previa y en un territorio de la Unión Europea, Escocia 2014, no existieron.

Sin embargo, la guinda del colaboracionismo vendría post-referéndum, cuando una vez ganado el , pongamos por un 55% , 45% no, el estado español sí que encuentre en Catalunya quien quiera hablar de las nuevas posibilidades de "relación" que este escenario abre, y no de cómo hacer efectiva la independencia. La legitimidad del resultado se pondrá en cuestión y los que hoy no priorizan la creación de una comisión de garantías con la participación de actores internacionales que organicen el referéndum, quizás pedirán, una vez hecho, ir a buscar la complicidad de los tribunales internacionales. Demasiado tarde, demasiado largo, demasiado... previsible.

El derecho universal de autodeterminación amparado suficientemente por el ordenamiento jurídico internacional, es una solución internacional a conflictos políticos locales que permite triangular el ejercicio democrático de un referéndum sobre la independencia rompiendo el aséptico "asunto interno", gracias a la participación de actores internacionales que no se ven obligados a posicionar a favor o en contra la independencia. La creación de una Comisión de Garantías con intervención internacional tendría que ser oficializada por las instituciones catalanas, a poder ser dentro de una ley de transitoriedad/referéndum, aprobada por el Parlament catalán, que se centre en la convocatoria del referéndum oficial y la regularización de las cuestiones técnicas organizativas de éste. Todas las decisiones que surgieron en torno a la ejecución del referéndum serían asumidas por esta Comisión de Garantías, que siguiendo el código de buenas prácticas internacionales, legitimaría el resultado y velaría por su efectividad práctica.

De lo que se trata en estos momentos es que el liderazgo político y social del país haga efectiva la victoria ya alcanzada durante estos años. Con las consultas populares lo verbalizamos, con las manifestaciones lo visualizamos y con las elecciones hemos ganado los escaños parlamentarios. La mayoría social y la mayoría política que tenemos a favor de la independencia exige una gestión efectiva de esta victoria.

Nos sabemos pueblo, conocemos nuestros derechos y estamos determinados a ejercerlos, que el mensaje sea claro, dentro y fuera del país, y las acciones que lo justifican, concretas.