Oía decir el sábado a un economista que se escucha mucho a él mismo en un programa en prime time, que aunque augura una subida importante de precios de los productos básicos en los próximos meses, es imposible ningún aumento de los sueldos. Nos tendremos que imponer una "austeridad", como siempre, que es cada vez más precariedad. Y el economista, tirando parcialmente de manual, lo justificaba con el dogma que los salarios no pueden incrementarse si no lo hace la productividad. Desmontaba y olvidaba, de repente, que en la caja de herramientas de la política económica hay bastantes medidas que permiten una mejor redistribución de la renta (sin obviar que el canon neoliberal vincula el reparto monetario de los incrementos de productividad entre tres factores: aumento de beneficios y sueldos y bajada de precios). Pero el hecho es que el nivel de salarios de un país o comunidad no responde a ninguna ley física inmutable, sino al poder oligopolístico de los grupos empresariales, la fuerza de las organizaciones sindicales del mundo del trabajo para conseguir un mejor reparto de las rentas, y las políticas monetarias, fiscales y de bienestar... entre otros.

Cuando escribo este texto todavía se acaban de cerrar las urnas en Francia para escoger quién ocupará los próximos cinco años la Presidencia de la República. De los doce candidatos que se presentaban, solamente tres parecía poder sacar, en la primera vuelta, un porcentaje de más de dos dígitos. Pero ninguno supera el 50% que pondría fin al ciclo electoral. Nunca ha pasado, y esta vez tampoco. Los principales medios de comunicación, hacen las estimaciones de los ganadores del trámite obligatorio de la primera ronda, que serán los dos candidatos que pasen a la vuelta definitiva... y de hecho muchos han trabajado para que la predicción se haga realidad. Así, las opciones que reciben más atención de la opinión publicada y televisada parecen ser ya las definitivas y se mueven entre el centroderecha del actual presidente Macron y la derecha-ultraderecha de Marine Le Pen. En la Francia de la libertad, igualdad y fraternidad parece no haber espacio para la izquierda que reúne más consenso, la Union Populaire, calificada erróneamente (e interesadamente) de extrema-izquierda, y que no pasa, de hecho, de izquierda moderada e incluso discreta. La France Insoumise que encabeza Jean-Louis Mélenchon reivindica, sin demasiada originalidad a estas alturas, que otro mundo es posible, cuando el añorado profesor José Luis Sampedro ya añadía, doce años atrás, que solo era posible sino imprescindible. Como denunciaban en un manifiesto que ha tenido bastante apoyo en la academia francesa, 800 universitarios firmaban que es innecesaria una primera ronda sin debate en la cual los únicos temas que se han descartado (guerra de Ucrania al margen) parecen ser la identidad, la seguridad y la inmigración, los grandes temas de la derecha. Desde la universidad creían mucho más urgente poner de nuevo "en el corazón de la vida política un proyecto de sociedad democrática, unida y ecológica". Después de los cinco años de presidencia de Macron, que inició su mandato con una política implacable al servicio de los ricos y poderosos, afirman su voluntad de "luchar contra la destrucción de nuestro ecosistema", "contra el empobrecimiento, la precariedad y la exclusión de los más vulnerables" y refundar finalmente, con mucha más democracia incorporada, las instituciones de su país.

Y detrás de las palabras que persiguen más equidad en un medio habitable, podíamos ver la traducción de Mélenchon en promesas concretas: la subida del salario mínimo interprofesional a 1400 euros; la plena jubilación a los 60 años después de haber trabajado 40; poner un tope o bajar, según el caso, el precio de los productos de primera necesidad (carburantes, la alimentación o la energía); reforzar la salud pública con la contratación de 100.000 sanitarios y reabrir las camas cerradas en tiempos (que todavía perviven) de recortes; salir de la ganadería intensiva y acabar con el maltrato de los animales y el uso de pesticidas como el glifosato y, finalmente, inaugurar la sexta República, aumentando los derechos como el de revocación, disponer del propio cuerpo, o a la muerte se digna.

Pero, de hecho, la elección queda reducida a la segunda vuelta entre el decepcionante programa de Macron, y la tentación de un cambio a peor que se reduce a la nada prometedora oferta política de Marine Le Pen.

Las chicas y los jóvenes no han visto lo bastante atractivas estas elecciones para dejar el domingo su móvil o tableta, su encuentro con los amigos, e ir a votar. Colas, por lo visto, no tenían que hacer muchas. La abstención de los jóvenes, aunque no es la más alta de las elecciones en Francia, se debe reconocer como un problema político grave. Pero parece difícil que se entre a fondo, no vaya a ser que quedase brutalmente descubierto el montaje de corrupción, explotación y desposesión que demuestra cada vez más su talante autoritario en un mundo que se demuestra imposible y es un atentado diario contra la vida, la salud y el medio ambiente.

Pero, aun así, si la vida continua, continua el combate.