Escoge mal Pedro Sánchez el comienzo de la campaña electoral. Por una parte, quiere desmarcarse del grupo de los ultras y su triste anuencia a los encarcelamientos y aplicación del 155 en Catalunya y, por la otra, hace declaraciones enfáticas que asimilan la democracia a una especie de carta otorgada por los de arriba, mucho antes de la conquista del principio de soberanía popular. Las cartas otorgadas se hacían —y se practican todavía— desde el poder absoluto, autoritario, de los intereses del monarca. Haciendo cabriolas aprendidas en la commedia dell'arte, hay países donde viejos regímenes del "atado y bien atado" quieren hacernos creer "que, entre todos y todas", nos hemos "dado" una Constitución democrática. Esta coartada sirve, entre otras cosas, para que la última mañana de domingo de invierno Pedro Sánchez declare que "con un gobierno socialista no habrá independencia de Catalunya". Voten lo que voten y piensen lo que piensen catalanes y catalanas, la Constitución es intocable. Y añade: la misma democracia que ha permitido la protesta amarilla en la capital "es la que juzga a políticos que quieren saltarse la norma constitucional".

Vayamos por partes: "La democracia ha permitido", como construcción conceptual, se acerca mucho al espíritu de las cartas otorgadas. Y esconde lo esencial: que son las luchas obreras, populares y nacionales las que consiguen nuevos espacios de libertad y construyen democracia. Hay que explicar a Sánchez que la manifestación de ayer en Madrid no la "permitió" de buen grado nadie. Al contrario. Se produjo una amplia conjura —tercera vía incluida— para que permaneciera en el lado invisible de las movilizaciones. Y cuando fue ya imposible esconderla, los partidos constitucionalistas se revolvieron en declaraciones obscenas, que rezuman lo peor de cada casa.

La oleada de catalanas y catalanes, pacíficos y determinados a transformar y colorear unas horas el Paseo del Prado se la tomaron algunos como una invasión impertinente. Solamente como anécdota: se quejaba una madrileña de la concentración en Cibeles, donde resonó L'estaca, "porque es un lugar emblemático, la fuente donde los partidarios del Real Madrid celebran sus victorias". No solamente olvidaba que también Neptuno, la fuente referente de los atléticos, estaba llena de manifestantes, sino que dejaba muy clara su incomodidad por tener que compartir espacio y aire con quien piensa diferente. ¿Y abrir un diálogo? Eso nunca. Para quien vive en el pasado es preferible cerrar los ojos muy fuerte y negarse a admitir, como hacen los niños, que algo importante se ha roto. Como las relaciones desiguales, de dominio arcaico y colonial. Y se han roto para siempre.

En cambio, con la alegría de los constructores de futuro, se levantaban a pie de calle las nuevas complicidades de libertad, igualdad, fraternidad y sororidad que dan calidad a las democracias. Lo hacía la gente soberanista, independentista, comunera o republicana, que portaba pendones morados, o banderas tricolor (federales o canarias), esteladas, ikurriñas, estreleiras, andalucistas. Y aunque se alzaban cien esteladas por cada una de las otras, lo importante era que por primera vez teñían todas juntas el cielo de Madrid, y se habían encontrado en espacios nuevos, defendiendo su gente, su dignidad y sus derechos.

Ante la contienda electoral, mientras algunos hacen de la represión del 155 un punto programático, otros (el PSOE) intentan mantener el espíritu de esa represión con frases hechas de lógica imposible, mano de hierro y guante de terciopelo. La sustitución de la política por el Código Penal y la parafernalia del tribunal y procedimientos a la carta del Supremo no esconden el rencor de los que hoy se ven obligados a otorgar nuevas migajas en derechos. Y les parece demasiado.

Pero hay alternativa. De entre los acusados en el Supremo, Jordi Cuixart fue bien explícito cuando reafirmó su compromiso con los derechos sociales, civiles y políticos, incluso por encima de legalidades que pretendan restringirlos, con la predisposición, si hace falta, a desobedecer pacíficamente. Y de entre los testigos, declaraba Roger Torrent, que hacía suyo el comportamiento de su antecesora, la presidenta Carme Forcadell. Y que habría un nuevo referéndum y volvería (volveríamos) a votar. Y con ellos y como ellos, más gente declara, aporta, hace, escribe y piensa. Porque tenemos que volver a hacerlo —y hacerlo mejor—. Nos ayudará tejer complicidades republicanas. Y crear nuevos frentes que ayuden a mantenerlas.