"Si alguna cosa he aprendido en la prisión, es que sin la desobediencia civil habría sido imposible transformar y mejorar la sociedad"

Ho tornarem a fer. Jordi Cuixart

 

Esta semana pasada ha habido mucha cosa para escoger, remover y alimentar todos los estados de ánimo. Para hacer más agudos los derrotismos o para respirar mejor y construir esperanzas. Naturalmente, la lucha por el control de la Diputación ha dejado indiferente a pocas personas y ha cubierto de penumbra otras noticias, ni llamativas ni envenenadas, de signo contrario. No sabemos todavía cuánto costará en términos subjetivos, sociales, políticos y económicos el hecho de entregar herramientas primordiales a políticos demasiado profesionales de las viejas formas, ni cuánto oxígeno le quitará al soberanismo reavivar una sociovergencia de triste memoria que parecía en estado crítico. Por unas horas ―o días― era como haber caído en aguas estancadas que paralizaban medio cuerpo en el barro de la mediocridad. Y poco a poco empezamos a asimilar el golpe, pero todavía sigue la sensación de déjà-vu. Cuando sales del estupor, te das cuenta de que han quedado tiradas por el suelo las caretas caídas y las hojas sin ruta de proyectos miopes que ignoran dónde está el norte.

Poco relieve, por lo tanto, se ha dado al hecho de que los profesores del IES El Palau de Sant Andreu de la Barca puedan finalmente librarse de una pesadilla que ha durado un año y medio. El hecho de que el juzgado de instrucción número 7 de Martorell archivara las tres últimas denuncias que todavía quedaban abiertas por "desprecio" a hijos de guardias civiles después del 1-O no nos puede hacer olvidar que 30 profesores pidieron el traslado a otros centros. Y que de estos treinta, ocho estaban entre los nueve profesores denunciados. La mala intención manifiesta y baja calidad profesional y humana de quien los insultó, denunció y señaló publicando incluso sus fotografías en El Mundo, tendrían que entrar en el manual de la infamia que genera el odio. Por eso tenemos que reflexionar a fondo sobre la función de la enseñanza y negarnos a que el miedo se instale en el núcleo mismo del sistema educativo. De esta manera empiezan todos los regímenes autoritarios que encogen el corazón. Si las profesoras tienen miedo, nunca podrán formar una ciudadanía libre. Por eso hay que conseguir que todas las personas que así lo quieran, puedan trabajar en equipo y confianza, con la osadía de construir alternativas, buscar utopías para avanzar y huir de los moldes aprendidos. De manera creativa, haciendo frente al miedo.

Con una lectura atenta del 'Manual de desobediencia civil' se puede dejar definitivamente de ir con el lirio en la mano y conseguir "la piedra angular para que todas las luchas pendientes encuentren la mejor estrategia"

Por eso creo que lo que más compensa el hedor de gallinero de la semana son dos libros excepcionales, cada uno en su estilo: el testimonio reflexivo y tanto pensado como vivido del Ho tornarem a fer de Jordi Cuixart que se está presentando por toda Catalunya, y el Manual de desobediencia civil que se va colgando en la red a la vieja manera de los fascículos. Podéis encontrar uno nuevo cada mañana, de lunes a viernes, y hasta que el libro se acabe, en vuestro móvil, tablet u ordenador.

Liz Castro, la auténtica alma responsable de la traducción al catalán y difusión del Manual de desobediencia civil aquí, ha conseguido que 80 activistas de todo el país pongan su voz a los diferentes episodios. Los pioneros fueron Aitana Ralda y Arcadi Oliveres, de Fridays for Future Barcelona y Justícia i Pau, respectivamente, seguidos por Marcel Mauri, Bel Olid, Xavier Antich, yo misma y Cesk Freixas. Y tiene sentido que sea ahora, en voz y acentos diferentes de nuestro país, porque, como nos explica Liz Castro en su nota introductoria, aunque en el Manual no se habla nada de Catalunya, se explican los secretos de su futuro. Con una lectura atenta del Manual de desobediencia civil se puede dejar definitivamente de ir con el lirio en la mano y conseguir "la piedra angular para que todas las luchas pendientes encuentren la mejor estrategia".

Bill McKibbe, en el prólogo del libro de los hermanos Mark Engler y Paul Engler, escribe que la enorme percepción de su obra se resume en la palabra impulso, con la idea de que el mundo se puede transformar, y a veces rápidamente, no gradualmente. Y también que las revueltas exitosas requieren "una estructura suficiente para permitir que la protesta continúe y crezca, la suficiente capacidad comunicativa para evitar una reacción paralizante y la suficiente disciplina para evitar que oportunistas y agentes provocadores tomen el control". Como podéis ver, advertencias muy oportunas para quien ha vivido, como nosotros, un 1-O y 3-O que nos hicieron renacer como pueblo, pero también una represión que no se detiene, unos juicios que son un atentado a la inteligencia, y todo tipo de falacias judiciales y políticas.

Querría acabar con unas palabras que me parecen una de las mejores lecciones del Manual de desobediencia civil de Mark Engler y Paul Engler: "Hacen falta muchos tipos diferentes de actividades para que los ciudadanos provoquen, consigan y mantengan el progreso social. El objetivo de la organización basada en el impulso no es negar las aportaciones de otros métodos, sino sugerir una idea simple y directa: crear una revuelta es un arte, y este arte puede cambiar el mundo".

PS. Podéis encontrar el Manual de desobediencia civil en  https://som.aixeta.cat