En el paso a la lucha clandestina que el franquismo imponía a los que queríamos vivir en una democracia política, social y económica, había una sesión de formación que nadie se podía saltar. Era la reunión en la que se explicaban las normas de seguridad y comportamiento ante la represión, y donde se acababa de entender lo que de hecho la lógica dictaba: el silencio y la negación eran la mejor estrategia. "Todo lo que tardes en decir tu nombre es tiempo que ganan tus compañeros para protegerse". Y, además de eso, negar que tú eres tú y que no sabes quién es ninguna persona de la fotografía en la que te acompañan amigos y camaradas (por más que te reconocieras y por más que el comisario de turno supiera de sobras nombre y apellido de todos los del grupo). Por protección propia y ajena, no se podía saber nada del compañero de trabajo, ni de quien se sentaba cada día a tu lado en el aula, ni mucho menos del compañero de célula. Y así, la sesión de normas de seguridad seguía repasando muchas más situaciones y respuestas de defensa hasta que alguien preguntaba: "Pero si ya no puedo más de recibir golpes, si mi cuerpo no resiste porque no me dejan ni dormir, ¿qué puedo hacer...?". La respuesta más fuerte se la escuché a un estudiante de Económicas asturiano, uno de los más torturados. Contestó: "Cuando el cuerpo ya no puede más, no habla. Se desmaya".

Después, había que confiar en tu abogado (no de oficio) y decirle toda la verdad. Ni hacerte pasar por héroe, ni pretender enmendar, con medias verdades, los errores cometidos. Y finalmente, ya ante el juez, denunciar los maltratos y seguir sin colaborar. Naturalmente. No colaborar. En la tradición del PSUC no recuerdo que se hablara de desobediencia como objetivo, ni al régimen o a los aparatos de estado, pero se desobedecía (¡por supuesto que se desobedecía!) tantas veces como hacía falta y se podía. Y ni por un momento se pasaba por la mente colaborar con el represor, o hacerle un guiño para ver si así se le caía en gracia y se conseguía mejor trato.

Este era el comportamiento más digno hace 50 años, como también lo es ahora. Quien milita desde hace 35 años en una misma formación comunista, según su propia declaración en el Supremo, tiene que ser muy consciente de ello, por más que el "posicionamiento" estratégico sea sinusoidal, y por más que su habilidad para ocupar cargos de representación política le haya acostumbrado a hacer equilibrios en los márgenes de los principios.

No me hace ninguna gracia que, para encontrar las mejores rebajas de la temporada judicial, se incluya todo un grupo parlamentario en una maniobra de "chivatos". Un grupo que suficiente trabajo tuvo en no estallar, por maniobrerismo chapucero, antes del final de legislatura

No sé si hace falta hacer más referencias obvias a las páginas recientes de la crónica judicial, pero, porque parece que me toca de cerca, no me hace ninguna gracia que, para encontrar las mejores rebajas de la temporada judicial, se incluya todo un grupo parlamentario en una maniobra de "chivatos". Un grupo que suficiente trabajo tuvo en no estallar, por maniobrerismo chapucero, antes del final de legislatura. Un grupo, el de Catalunya Sí que es Pot, con la dignidad tocada y dañada por una mala y estéril defensa de quien representaba a sus diputadas y diputados, en la Mesa presidida por Carme Forcadell, que en muchos momentos fue la más valiente y honesta de la legislatura.

Sea apócrifa o no, nos han dicho que, según la ley de Murphy, todo lo que pueda ir mal, irá seguro a peor. Y, sea quien sea quien la formulara, se ha cumplido en el Supremo. La degradación ha sido espectacular desde la sonrisa confiada y las palabras de dignidad de Jordi Cuixart, hasta el humo verbal de un político que se considera "de raza"... Quizás por eso mismo. Porque uno va de político y el otro "no va" de nada. Es un dirigente de los de abajo, que se puede subir a un coche de la policía, pero nunca sobre las espaldas de compañeras y compañeros.

De todos modos, nada de esto tiene sentido —y pido disculpas por el tiempo que hayan podido perder leyendo este texto— si, como decía ayer mismo Javier Cercas en TV3, el "régimen del 78" es un invento, y este Estado es una democracia plena, de las primeras del mundo, como defendía el artefacto #ThatistheRealSpain. Un hashtag que solamente tiene validez si tomamos este real en el sentido monárquico. En cualquier caso, si tenemos la suerte de vivir en una democracia a full, tenía razón quien se afanaba por respetar la Constitución (e iba de infiltrado a mesas independentistas, durante dos años, para impedir un 1 de octubre). Todo esto me recordó ayer, delante del televisor, que "si una persona dice que llueve y otra que no, el trabajo del periodismo no es darle voz a las dos: es abrir la ventana y ver si está lloviendo". Y si sacamos la mano por la ventana, no sólo queda bien empapada; también choca con los muros de las prisiones de Wad-Ras, Puig de les Basses y Lledoners y de todos los centros de reinserción y reeducación del 155 de esta "democracia plena" a la española.