Pues, entre una cosa y otra y hoy por hoy, nadie pone las urnas el 14 de febrero. El 30 de mayo, ya se verá. La tercera ola de la Covid, en la que se mezclan mutaciones llegadas de lugares lejanos y diferentes grados de capacidad de contagio, se suma a los considerables residuos de la segunda ola. El coronavirus agradeció, a su manera, las facilidades estimulantes de las fiestas navideñas con los encuentros familiares de burbujas reducidas (pero no lo suficiente). Algunos negocios —no todos— empezaron a asomar cabeza con el consumo impuesto, y las personas más tradicionales se reconfortaron con el mantenimiento (aunque fuera a hora reglada y cambiada) de las tradiciones. El resultado global fue lo que los epidemiólogos anunciaban: el encendido en rojo de todos los indicadores y señales de alerta, mientras se inicia el proceso de vacunación, que finalmente llega, pero que no acaba de coger ritmo. La mejor descripción se la escuché a Bill Maher, comparando el codiciado producto pionero de Pfizer con el impeachment de Trump: hacen falta dos dosis... y el resultado aun así es incierto. Sin embargo, en el fondo de todo, está el intento torpe de encontrar un difícil equilibrio entre salud y economía, que es lo que se tiene que hacer, según los más sensatos, mientras difunden la más que dudosa excusa de que somos un país demasiado pobre para compensar como es debido a quien pierde su trabajo o su negocio. Demasiado arriesgado sería —ni se contempla, vaya— estimular la redistribución a escala de una supervivencia amable, y cambiar las prioridades o la lista de los beneficiarios de siempre, en todos los trances.

Políticos de amplio espectro ven como se abre una posibilidad de mostrar a buen precio un rostro humano ("la salud antes que las elecciones") y suman el eslogan a su activo de propaganda. Esconden, quizás, debilidades e incompetencias... ya saben, "mañana será otro día"... Lo acaba incluso aceptando, con pesar y sin tenerlas todas consigo, un PSC-PSOE que quiere reexportar al ministro Illa en modo SOR-PRE-SA. De hecho, temiendo que a su candidato-estrella a finales de mayo quizás se le empezarán a ver los pies de barro, parece no renunciar del todo al derecho de impugnación.

La saturación de las UCI parece ser, de nuevo, la medida de todas las cosas. Y ni una palabra sobre un personal de la sanidad exhausto

Las elecciones se suspenden, pues, y entre los argumentos confesables que se dan está la triste previsión de que estarán ocupadas prácticamente todas las camas de críticos entorno el 14 de febrero. La saturación de las UCI parece ser, de nuevo, la medida de todas las cosas. Y ni una palabra sobre un personal de la sanidad exhausto, en un gran porcentaje en peligro de depresión o, ya ahora, consumiendo vocaciones y determinación, y ni que sea temporalmente, en bajas laborales, excedencias o jornadas reducidas por la dureza de las condiciones de trabajo.

No, señoras y señores de la política: no son solo las camas de críticos las que se agotan. Son las médicos y médicos, enfermeras y enfermeros, y todo el personal auxiliar y limpieza. Ustedes han cargado sobre la gente de la sanidad su ineptitud para preparar en las mejores condiciones posibles las elecciones imprescindibles. Y ni tan sólo los nombran: hablan, en cambio, del número finito de camas hospitalarias, confiando en que la capacidad de resistencia del personal de la sanidad sea totalmente elástica. Y no es así. Miren, en cierto modo cometen el mismo error que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que se enorgullece, en su irresponsabilidad y banalidad difícilmente homologables, del hospital Zendal, nuevecito, que ha costado 100 millones de euros confesados... pero que no consigue personal médico ni obligando a traslados de otros hospitales que ya van bastante justos de personal. En cambio, sobran las camas: 960 en 20 unidades de hospitalización y 48 de UCI.

Para asegurar la salud, para hacer frente a las pandemias, hacen falta políticos que escuchen a los científicos y que trabajen de lo lindo para encontrar las medidas, todas, que permiten soluciones técnicas, informáticas, de seguridad y aumento de ayudas a las personas para que las elecciones se puedan hacer. Ayer, Beatriz Talegón daba algunas ideas muy pensadas. Pero siempre, en cualquier caso, se tiene que poner a las personas en el centro, y el respeto por su derecho al voto en las mejores condiciones de seguridad. Y por encima de todo, y en el centro del centro, las que trabajan en la sanidad. Las que nos atienden cada día, en la farmacia, en el ambulatorio y en el hospital. Nunca les podremos agradecer lo suficiente su trabajo. Ahora, cuando ya hace tiempo que no suenan los aplausos de las ocho para ellos y ellas, las médicas y enfermeras, los hombres y mujeres que investigan, curan, vacunan y miran por la salud, tienen que estar mucho más visibles y presentes: tienen que ser la medida de todas las cosas.