Solamente una vez he tenido un cara a cara en TV3 con Pilar Rahola. Hace muchos años. El anfitrión era Josep Cuní. Pilar y yo teníamos opiniones diferentes sobre el hecho de que el presidente de entonces, José María Aznar, había decidido que las madres trabajadoras con niños pequeños recibieran una ayuda monetaria. A Pilar la idea la había sorprendido favorablemente. A mí no. En un país desierto de escuelas públicas y gratuitas de 0 a 3 años veía detrás de la medida una especie de políticas natalistas de triste memoria que también tienen un fuerte sesgo de clase y una clara intención electoralista. Además, que no la recibieran todas las madres, al margen de su situación concreta me parecía, como siempre, invisibilizar y menospreciar el trabajo de cuidados, y tampoco ayudaba a las que estaban buscando trabajo pero todavía no la habían conseguido. Y finalmente, creía que donde se tenía que poner el foco era en las criaturas porque se tenía que considerar una especie de derecho de ciudadanía que se abriera el acceso a las escuelas a todos los niños, que pudieran tener una mejor socialización y un buen entorno en unos años que dejan tanta impronta -casi crítica- en la formación de las criaturas... Centrarse, ni que fuera por un momento, en los niños ponía en evidencia que la medida no era adecuada.

Bien, este era mi discurso: ninguna desigualdad para las madres, mucho más protagonismo para los niños y más pensar en ellos. ¡Ay! Un discurso que no conseguí transmitir. El tsunami Rahola, centrado en su sorpresa por el gesto de Aznar, con varias variaciones, quizás, no permitió abrir el enfoque. Era bastante inútil, sin forzar decibelios, argumentar al margen del discurso establecido. Podía enfadarme, obligada como me sentía a adoptar maneras estridentes... o reír. Y opté por reír. El discurso se había encallado en el hecho de que si Aznar había tomado una medida feminista y progre, y no poder explicarme cómo quería no era lo mejor para mi equilibrio ni salud. Al final, cuando Josep Cuní me preguntó si se trataba también de una medida fiscal, el programa ya se había acabado.

Seguramente para muchas madres que recibirían la ayuda, sería de nuevo verdad que "el amo es bueno" (en este caso, Aznar). Y viene a cuento recordar lo que decía Malcom X: que si no estáis precavidos ante los medios de comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido. Era el caso, aunque en aquel momento, seguramente, todavía no lo veía con bastante claridad. Ahora sí. Y lo he revivido todo, ni que sea por una gracia bien diferente: por un minivídeo de piscina y una paella en el exilio. El contexto, implicaciones y derivadas son diferentes, pero también muy significativas.

La intención de Portabella era poner en contacto, en ambiente distendido, a la gente más relevante de la política, las artes y el mundo de la cultura en una manjar que deshacía anticomunismos primarios y ponía de manifiesto que la inteligencia, las ideas, el acierto (y el desacierto) se encuentra en todas las ideologías

También en tierras de El Empodrà, a mediados de los setenta y por muchos años más, había un protagonista del verano: el suquet de Portabella. Pero por más gente diferente que fuera, era Pere Portabella (con Pitu de Palau-Sator a los fogones) quien acaparaba primeros planos y titulares. Bajo el notariado de la prensa, la intención de Portabella era poner en contacto, en ambiente distendido, a la gente más relevante de la política, las artes y el mundo de la cultura en una manjar que deshacía anticomunismos primarios y ponía de manifiesto que la inteligencia, las ideas, el acierto (y el desacierto) se encuentra en todas las ideologías. Y que quizás los que se vestían de demócratas en torno a un plato de pescadores conservarían más tiempo un talante propenso al diálogo que el buen sabor que dejaba en la garganta la picada magistral. No dejaba de ser un alimento exquisito de la mal hecha Transición, pero quizás deshizo algún preconcepto, siempre fastidioso.

No sé muy bien de qué sirven, ahora, las paellas de Pilar. La del verano del 2017, a mí, personalmente, me empujó a hacerme una visión equivocada (¡muy equivocada!) de un major que ahora vuelve a capitanear un cuerpo que parece lleno del más enquistado y limitado de los que lo dan "todo por la patria" (la misma patria del franquismo). Y este año, en los odios que ha desatado la gente "diferente" que ha acudido, los psicólogos podrían encontrar material para trabajo de campo y tesis de las que acaban con un cum laude. También Twitter ha sido, por mor de la paella, un espacio para ajustar las cuentas antiguas y ya oxidadas, e intentar conseguir una catarsis que no asegura la recuperación de ningún equilibrio. Pero también es cierto que nos ha recordado frivolidades impropias y algunas verdades implacables como la de que hay que ser mucho más serios con las medidas anticovid.

También este verano parecen haberse abierto todos los rediles del anticomunismo que tan bien conocemos, confundiendo y enmascárandose en el agua con lodo de la acequia, las propuestas y osadías del neofascismo global

Pero lo que más me preocupa –y ojalá sean solos preocupaciones mías- es que también este verano parecen haberse abierto todos los rediles del anticomunismo que tan bien conocemos, confundiendo y enmascarando se en el agua con lodo de la acequia, las propuestas y osadías del neofascismo global. Una vieja y perniciosa ideología remodelada que trabaja por los nuevos fundamentalismos, desde el pernicioso estalinismo rampante hasta los talibanismos de nueva oleada y los trumpismos que parecen no tener cerebro (pero es solamente apariencia). Se suben de nuevo para los que consideran que "ser fascista es bueno" los dogmatismos y la represión de todas las libertades. Más allá de la de beber cerveza en un bar, llevan al Constitucional la libertad de pensamiento, de expresión, y muchas más. Por eso vale la pena que los que no queremos ser como ellos cuidemos las urticarias freudianas que nos puede provocar la libertad de reunión, sea en torno a un suquet o cualquier otra comida.